Es brutal estar subiendo un pico y oír, aunque sea a lo lejos…: “¡ya estamos! ¡Lo hemos conseguido!” A tu alrededor, los que van contigo se alegran, os empezáis a animar unos a otros, avanzáis un poco el ritmo… ¡ya lo tenemos!

Hoy vivimos esto, pero en un plano más profundo, dentro de nosotros, en nuestro corazón. Qué espectáculo saber con certeza que hay gente que ya ha alcanzado la felicidad completa. Aquello que nos mantiene inquietos desde que nacemos, esa búsqueda de paz, ese deseo… ¡colmado! En el seno de la Iglesia, mirando con sus ojos de fe, podemos oír los gritos de los bienaventurados que ya “ven a Dios”, “poseen el reino de los cielos”, “han quedado saciados…” (Fijaos en el Evangelio de la Misa).

Esto, como en la escena de la montaña, es motivo de una gran alegría. Nos hace coger nuevos ánimos, acelerar el paso (el deseo, la esperanza) y renovar el empeño de ser santos: SÍ, SANTOS! Lo primero, responder a la pregunta que nos lanzaba Jesús el pasado Domingo: “¿Qué quieres que haga por ti?” ¡Hazme santo, Jesús! Pídeselo cada día.

El Beato Pere Tarrés, sacerdote de Barcelona, expone en su diario algunos conceptos sobre lo que creemos erróneamente que es la santidad: “consiste en hacer cosas extraordinarias (…) en no tener defectos (…) en no tener tentaciones”. Y afirma, dando un horizonte más grande, que “el más santo es el que pasa más desapercibido, el que tiene que luchar más con sus pasiones, y el que en las caídas sabe levantarse siempre”. El Papa Francisco también dice que le gusta ver la santidad “de la puerta de al lado”, de aquellos que, constantes, siguen adelante día a día.

Este es el secreto, la sorpresa, la gran revelación: Jesús, vivo entre nosotros –vivo en su Iglesia– nos dice la verdad de nuestras vidas: “mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (Segunda lectura de hoy).

No dejemos de darle las gracias, de dedicarle tiempo y… ¡oración! Dando un paso cada día en nuestra vida cristiana (puede ser un propósito, decidir hacer un retiro, confesarse…). Así irá calando este mensaje en nuestras almas.