El otro día, me quedé embelesada viendo la pasarela de Cannes: actrices y acompañantes lucían largos vestidos de lentejuelas que movían con elegancia, subidas a zapatos de 15 cm de tacón e imagino, que sintiéndose como Cenicienta en el baile con el príncipe. Y pensé que nunca he ido a un evento con el vestido que me hubiera gustado llevar, ni con los zapatos que me hubiera gustado calzar, ni he bailado como me hubiera gustado bailar. Y es que el ir en silla de ruedas tiene sus limitaciones.

He ido siempre elegante y guapa y he bailado mucho en mi vida; pero me hubiera encantado sentir el ritmo en mis pies y poder dar vueltas y saltos sin temor a caerme de mi silla.

En Twitter el otro día puse un tuit que os copio :

«Viendo imágenes de Cannes y de vestidos largos interminables, os cuento que si alguna vez, por la gracia de Dios, vuelvo a andar y queréis encontrarme, buscadme en el minuto siguiente en la Iglesia más próxima a mí curación: ahí estaré de rodillas- ¡De rodillas!¡Oh, my God!- adorando, alabando y dando gracias.

Seguidamente, me podréis encontrar comprando un vestido largo de lentejuelas y taconazos de medio metro, para irme a bailar a la primera discoteca que encuentre, en donde pediré un gin tónic, me descalzaré, me subiré el vestido un poquitín y bailaré hasta el amanecer.

Y el que quiera celebrar conmigo, ahí me encontrará.

#ElenaDixit

#SueñosDePrincesa

#MujerDeFe»

Y es que todo cabe en un sueño y aunque económicamente es gratis, cumplir los sueños, no. Yo soñaba de niña con ser médico y llegar al Congo a ayudar a los niños pobres y me puse a estudiar como una loca para conseguirlo y fui médico, pero nunca en el Congo. También soñé con casarme y tener hijos y también puse empeño en conocer gente y salir y bailar y seguir conociendo gente hasta que conocí a mi marido y hemos tenido dos hijos que también forman parte del sueño y que ahora son realidad.

Y es que todo implica mucho esfuerzo y muchos desgaste y si no soñamos bien, llega el drama.

Soñar bien es pisar la tierra, saber lo que hay (en este caso una discapacidad física con muchas limitaciones) y no creerse las frases de autoayuda bienintencionadas que te pueden llenar de frustración y evitar que consigas tus sueños y lo peor de todo, que dejes de tener ilusión, que dejes de poner empeño, que dejes de soñar.

Soñar implica volver a empezar siempre que te equivoques o que el camino se tuerza y ser constante y no perder de vista la meta.

Y si, además de pisar la tierra, no pierdes de vista el Cielo, entonces, todo es posible.

Por eso, a veces dejo ir mi imaginación y me pongo a soñar con el día que Dios quiera que vuelva a andar y sé perfectamente lo que haré ese día: dar gracias ¡de rodillas!, ponerme un vestido de ensueño con unos tacones imposibles y bailar hasta el amanecer

Estáis todos invitados.

Elena Abadía