La muerte de dos adolescentes, Sharit y Rosmed, en el Parque de la Concordia de Jaén, el pasado sábado, lleva a reflexionar sobre el suicidio. Llama la atención la forma de tratar la noticia en los medios. En este periódico (Ideal), en consonancia con las autoridades locales, se ha informado con delicadeza exquisita, señal de que esta ciudad es una gran familia, que se une al dolor de los padres. En otros medios han aventurado hipótesis, antes de finalizar la investigación.
Al carecer de las conclusiones del informe policial, habría que plantearse por qué razones quitarse la vida. Nadie quiere morir, sólo se desea dejar de sufrir. En España, el pasado año, el suicidio continúo siendo la principal causa de muerte externa, por encima de los accidentes de tráfico. Según el INE, 3.846 personas decidieron eliminar su vida, aunque lo intentaron 75.000: el 75% fueron hombres y el 25% mujeres; el mayor número ocupa la franja de 15 a 39 años. Estos datos tendrían que alertar a las administraciones públicas, para encontrar las causas y prevenir esta lacra social. A raiz de la revolución sexual de mayo del 68, aumentaron las visitas de los jóvenes a las consultas de los psiquiatras, por asuntos relacionados con la afectividad y la sexualidad.
Cuando se pregunta a los expertos por las causas de las crisis de salud mental no lo dudan: los contenidos de las redes sociales y la distorsión de la sexualidad en las pantallas. Las relaciones sexuales prematuras y la promiscuidad dañan la salud física y mental. La sexualidad abarca a todos los aspectos del ser humano, afecta a la persona entera, también al aspecto psíquico y la salud mental; trasciende el reduccionismo a la genitalidad, más propia de los animales.
La persona que tiene relaciones, deja parte de ella en la otra, marcará su biografía para siempre. De ahí que ante la ruptura entre las parejas se experimente un efecto emocional y psíquico negativo: se puede llegar hasta perder la cabeza. Por eso, las frustraciones ligadas a una sexualidad descontrolada, fracturan el equilibrio afectivo y son un factor de riesgo para los trastornos de la afectividad e incluso la depresión.
El inicio precoz de las relaciones sexuales entre los jóvenes, agravado por formas violentas tras la exposición pornográfica, pueden desarrollar depresión, ansiedad e ideación suicida. Eso lleva a la multiplicidad de parejas, al divorcio, a relaciones extraconyugales, a la promiscuidad sexual, al aborto, que arruinan la salud mental. De ahí que la relación más sana psíquicamente desde tiempo inmemorial, acorde con la naturaleza, sea la familia fruto del amor: la unión estable de un hombre y una mujer, en donde la sexualidad está orientada a la procreación.
Una sexualidad temprana, genital, promiscua, adicta a la cultura de enrollarse, suele ocasionar violencia en la pareja. Entonces las leyes llegan mal y tarde. En esto consiste el hallazgo ideológico de una revolución sexual global, animalizada y liberticida que aniquila la salud mental. Con más de diez suicidios al día, sin contar los enmascarados (ahogamientos, caídas, sobredosis de fármacos, etc.), habría que computar los intentados y frustrados que son veinte veces mayores.
Esta situación genera un sufrimiento indecible en las familias y en el entorno social, como hemos experimentado estos días en nuestra ciudad, con el corazón apesadumbrado. ¿Cómo prevenir esta avalancha de suicidios especialmente en los jóvenes?
Reconocidos estudios epidemiológicos desde Estados Unidos indican que se debe afrontar en serio el alcohol, el botellón, el enganche a las pantallas de los adolescentes (que supone exponerse a los “influencers” de la red que propalan la autolesión y hacen propaganda explícita del suicidio), la adicción a la pornografía, la cultura del “casual sex”, que desbarata el genuino sentido de una sexualidad responsable.
Los encuentros sexuales desordenados pagan un “peaje mental”, porque a mayor promiscuidad sexual mayores intentos de suicidio, depresión y ansiedad. Se ha ganado la batalla de la salud pública contra el tabaco, los alimentos basura, azucarados, ultraprocesados, bollería industrial, las grasas trans, para evitar la obesidad, incluso litigando contra las multinacionales. Sin embargo, se comprueba la dictadura del silencio cómplice, por contravenir los intereses ideológicos del materialismo liberal y marxista.
Es preciso afrontar una educación preventiva, desde la salud pública, que ayude a los jóvenes a entender las relaciones sexuales, y orientarles a tomar decisiones que les protejan de conductas suicidas.







