Entiendo que has visto más de una vez un escapulario o un collar con un crucifijo. Podríamos llamarlos, de algún modo, señales o incluso prejuicios. Cuando vemos a una persona que lleva uno, solemos asumir un par de cosas: que busca la felicidad en Cristo y que procura mejorar un 1% cada día para parecerse un poco más a Jesucristo. Podríamos decir que llevar uno aporta cierta seriedad a la vida, una connotación positiva.
Pero aquí viene lo interesante: sigue siendo un prejuicio. Es una imagen mental que tenemos y que puede ser verdadera… o no. Y me sabe mal dar la mala noticia: muy probablemente sea falsa.
¿Alguna vez has salido por la calle tarde por la noche y has visto a toda la gente que sale de fiesta? Tengo la “buena” casualidad de vivir en una calle por la que pasa prácticamente todo el mundo que va a las discotecas. Muchas noches me siento fuera y observo a la gente, y me encuentro con una combinación curiosa: chicos físicamente fuertes y bastante borrachos; chicas con escapularios o cruces, vestidas de manera excesivamente “abierta”.
Y ahí identificamos dos problemas expresados de forma metafórica: no cuidar las raíces y la fractura entre la noche y la mañana. Ambos problemas nos afectan a todos, sin distinción de género.
El primer problema —no cuidar las raíces— nace de centrarnos únicamente en la apariencia física, sin tener en cuenta nuestro interior ni nuestra relación con Dios. Por supuesto que debemos cuidar nuestra salud y la forma en la que nos presentamos al mundo, porque, al fin y al cabo, el exterior es un reflejo del interior. Pero no todo consiste en gimnasio y músculos marcados.
El segundo problema es más complejo, porque forma parte de nuestra naturaleza herida por el pecado original: la incoherencia. En la Biblia lo vemos claramente en los fariseos. No tiene sentido ir a misa por la mañana y, por la noche, beber hasta el agua de los floreros. La idea es sencilla de entender, pero difícil de aplicar. Para ello, cuatro consejos:
- Organiza tu día según tus prioridades; todos tenemos solo 24 horas.
- Pon a Dios en cada tarea, incluso en las más pequeñas.
- Pregúntate: “¿Qué haría Jesucristo en esta situación?”
- Usa tu mayor arma: la oración.
Y aquí aparece la pregunta que planteábamos al principio: ¿qué tiene que ver todo esto con los crucifijos y escapularios? Pues, lamentablemente, mucho. Como cristianos afortunados de habernos encontrado con Cristo, debemos honrar el símbolo que llevamos con tanto orgullo en el pecho.
No se trata de no fallar nunca; se trata de reconocer en qué fallamos y poner remedio. No seremos juzgados únicamente por lo que hicimos, sino también por aquello que dejamos de hacer.
Alex Sobrevias Pueyo







