Me ha gustado poder ir tres días a Berlín para visitar a mi amigo escritor Jaime Despree, que desde hace años vive en aquella ciudad. Hemos podido hablar despacio —como suele decirse— de todo lo divino y lo humano. Me alegró comprobar cómo a pesar de una enfermedad muy invalidante sigue bien viva su imaginación creativa y sigue escribiendo tenazmente en su tablet. En los últimos años le ha ayudado mucho la IA con la que puede confrontar sus pensamientos y todo lo que escribe.
Berlín es una ciudad hermosa y que interpela al alma por muchos motivos. Hacía sol, un sol de invierno muy bajo en el horizonte, con un cielo de un azul intenso que traía a la memoria aquel último verso de Machado: «Estos días azules y este sol de la infancia». Los árboles amarillos por el otoño brillaban con la luz solar. Las luces de la navidad ya estaban colgadas, esperando a ser encendidas en unos pocos días. Gentes de todas las nacionalidades se movían por las calles, arrebujadas en sus abrigos.
Me ha impresionado, esto es, me ha hecho pensar, una conversación con mi amigo a propósito de la inmigración, tan importante en Berlín sobre todo de Rusia, de los países de la antigua Unión Soviética y de Turquía. Me contaba que en su barrio, poblado mayoritariamente por inmigrantes, se sucedían con cierta frecuencia manifestaciones de acoso contra ellos por parte de grupos de alemanes que no los quieren. Gritos, petardos, incluso a altas horas de la noche, haciendo que la convivencia resulte cuando menos incómoda. Al mismo tiempo, pude comprobar que en la residencia en que vive, mi amigo es cuidado con una amabilidad extraordinaria por parte de mujeres de Moldavia, Chechenia y de otros tantos lugares.
¡Qué importante es aprender a convivir con quienes son de tradiciones distintas! Me gusta pensar que la amistad ciudadana no depende del origen nacional, sino más bien del empeño compartido por crear espacios amables de convivencia humana.
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* Jaime Nubiola es profesor emérito de Filosofía, Universidad de Navarra, España (jnubiola@unav.es).
