El Papa León XIV acaba de anunciar que conferirá próximamente el título de Doctor de la Iglesia Católica al inglés John Henry Newman, nacido a comienzos del siglo XIX. Este reconocimiento se otorga a determinados santos, por su erudición y como eminentes maestros de la fe. Hasta ahora ostentan esta denominación sólo treinta y siete: treinta y tres hombres y cuatro mujeres.
Fue creado cardenal por el Papa León XIII. Benedicto XVI lo beatificó en 2010 en Birmingham, donde está enterrado. Y el Papa Francisco lo canonizó en 2019. La influencia y la actualidad de uno de los pensadores más prestigiosos en el mundo anglosajón en distintas disciplinas como teología, filosofía, poesía, pedagogía, exégesis, historia, ensayos, meditaciones, oraciones y conferencias, radica en su proceso de búsqueda valiente y comprometida de la verdad.
El hecho de que en 1886 viviera la beatificación de su compatriota el humanista Tomás Moro, “mártir de la reforma”, por el Papa León XIII, sin duda ha influido en la coincidencia de algunos aspectos de su vida.
Estudió en “Trinity College” de Oxford, y al matricularse consiguió una beca de “felow” (académico). Se ordenó presbítero de la Iglesia Anglicana. Inició el “Movimiento de Oxford” o “Tractarianismo” que defendía la “Vía Media” de la Iglesia Anglicana entre el protestantismo y la Iglesia de Roma. En el último “Tracts” o panfleto, el número 90, acabó por inclinarse definitivamente por la Iglesia Católica.
El destacado profesor oxoniense fue recibido en la Iglesia Católica, pese a sus naturales reticencias, pues encontraba en el anglicanismo cierto indiferentismo religioso o liberalismo irenista; fue muy censurado por los obispos anglicanos; y tras un profundo estudio de la Historia de la Iglesia y de la herejía arriana (niega la divinidad de Jesucristo), advirtió un inquietante paralelismo con el anglicanismo. Por lo tanto, optó por la verdad de Roma y no la “Vía Media” por él tan querida.
Tras una confesión general, fue bautizado y recibido en la Iglesia Católica a los cuarenta y cuatro años. Se ordenó sacerdote en Roma, y al regresar fundaría el “Oratorio de San Felipe Neri” en Birmingham y Londres. Escribió más de veinte mil cartas y estableció un énfasis especial en influir en los sectores cultos del país, como ocurrió con personajes como Tolkien, Chesterton, Knox, Graham Greene o Evelyn Waugh.
Al restaurar la Santa Sede la Iglesia Católica en Inglaterra, se produjeron persecuciones contra los católicos, sufriendo, como buen seguidor de Jesucristo, una condena judicial injusta. Responde al político liberal, Gladstone, de que los católicos contribuyen al bien común de la democracia.
Entre sus principales enseñanzas, como consta en la Carta al Duque de Norfolk, está la búsqueda apasionada de la verdad; treinta años duró su proceso de conversión. “Aquí en la tierra —dirá— vivir es cambiar, y la perfección es el resultado de muchas transformaciones”. Así reza su epitafio: “Desde las sombras y las imágenes hacia la verdad (Cristo-Verdad)”. La fe y la razón no se oponen: “Oxford (el estudio y la razón) me hizo católico, no el ejemplo de los católicos”; sin que un credo sea lo mismo que otro. De ahí la importancia de la razón y su lema: “hablar de corazón a corazón”.
Otra de las grandes aportaciones es la importancia de la conciencia de la persona como voz de Dios dentro de nosotros. Conciencia e Iglesia no pueden estar en desacuerdo. La libertad de las conciencias es un supervisor severo, que ha sido sustituido por la autonomía moral o la libertad de conciencia.
Así queda plasmado en el punto 1778 del Catecismo: “La conciencia es una ley de nuestro espíritu, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo”. Por eso, escribió: “Ciertamente si me veo obligado a implicar a la religión en un brindis al final de una comida —cosa que no es en absoluto oportuna— brindaré por el Papa, si os complace, pero antes por la conciencia y después por el Papa”.
Por último, se adelantó al Concilio Vaticano II, en un ambiente de profundo clericalismo, al propugnar la necesidad de un laicado inteligente y bien formado, que conozca la religión y su historia para defenderla. Newman es un personaje fascinante, “Cor ad cor loquitur”: “Que mi aspecto sea siempre abierto y alegre, mis palabras amables y agradables”.