Una paz desarmada y desarmante

Cambiar el mundo

Sin Autor

“La paz esté con todos ustedes”

Con las mismas palabras de Cristo resucitado nos saludaba nuestro nuevo -y ya muy querido- Papa León XIV. Más tarde añadiría que esta paz es una paz “desarmada y desarmante”. ¿Qué querría decir con esto? ¿Gozaré yo de esa paz?

Una “paz desarmada” es como decir “un pasto verde” o “una noche oscura”. ¿Acaso puede una paz estar armada? ¡No sería paz! Precisamente de ello nos quiere avisar nuestro Papa León. Y antes de irte a pensar en Rusia o en Tierra Santa, métete en tu corazón. ¿Reina en él una paz desarmada? Este es el primer paso.

Si en mi corazón estoy constantemente a la defensiva, no tengo esta paz desarmada. Si salgo con uñas y dientes al que me corrige, me aconseja o me instruye, o si busco que se me vea, se me reconozca lo bueno que soy, todas las cosas que hago –“¿no ves cómo siempre voy corriendo a todas partes? ¡No tengo tiempo ni de saludarte!”- o si un deseo de venganza, rencor o rabia hay en el corazón… esto no es, de ninguna manera, una paz desarmada. Tú estás armado hasta los dientes.

Si quieres tener esta paz, busca siempre el último lugar, que en realidad es el primero (cf. Mc 10, 31), así como ha hecho el Papa, cuyas lágrimas mostradas al mundo entero no eran de orgullo de sí mismo -pues la meritocracia no existe en Cristo ni en su Iglesia-, sino de amor por sus hijos, por su Esposa. Así se lo decía al colegio de cardenales: “El Papa, desde san Pedro hasta mí, su indigno sucesor, es un humilde siervo de Dios y de los hermanos, y nada más que esto”.

Y esta es la “paz desarmante”, a la que solo se puede llegar desde la “desarmada”; desarmada de uno mismo, de nuestras comodidades, exigencias y posesiones. El desarmado es un rendido. Así es Cristo en la Eucaristía, ante ti desarmado, para a ti desarmarte. Es realmente conmovedor.

Cristo ama a su Esposa, la Iglesia -me ama a mí- “dando su vida por ella” (cf. Ef 5, 25), desarmándose ante mí, a quien tantas veces no me encuentra amable, alegre; sino triste, hundido, pobre, entre enfermedades, quejas y sufrimientos; entre prisas y agobios; indiferencias y descuidos. Así Cristo me ve en la tierra, así ve a su Iglesia: algunas veces tibia, otras fanática o incluso orgullosa. Pero recordamos que un día esta Esposa estará “sin mancha ni arruga” (cf. Ef 5, 27), y es Él, quien se esfuerza y se desarma ante nosotros cada día para hacernos más amables, para hacernos partícipes de su Belleza.

Amemos a nuestros hermanos como Cristo ama a su Iglesia: desarmándonos y poniéndonos a limpiar los pies de tantos necesitados de este amor, de esta paz desarmada y desarmante. Desarmada porque se despoja de sí; desarmante porque te despoja de ti.

La vida es como un duelo contra Cristo en el que si perdemos, ganaremos la vida eterna, que aquí ya se gusta. Lo difícil es que en este duelo nuestro Contrincante se ha desarmado. Solo perderás si sueltas las armas y te rindes. Si no, lo matarás, y con Él, todo lo demás.

Atended a nuestro León: paz desarmada y desarmante. La victoria será Suya. ¡A perder!

Jorge Mora Huerta