«Una cuestión de tiempo». No cambiar nada para cambiarlo todo

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Una cuestión de tiempo cuenta la historia de Tim Lake, un joven británico normal y corriente que, al cumplir los 21, descubre que los hombres de su familia pueden viajar en el tiempo. En el cine, los viajes en el tiempo suelen estar ligados a grandes aspiraciones: cambiar la historia, evitar catástrofes, corregir errores que alteran el destino del mundo. Marty McFly quiere asegurarse de que sus padres se enamoren; en Arnold viaja Terminator para salvar o intentar cambiar el futuro. Tim Lake, en cambio, no busca fama ni fortuna, sino mejorar su vida cotidiana, encontrar el amor, ayudar a su familia y, a veces, dormir un poco más. Esa es quizá una de las mayores virtudes de la película, que todos sus personajes, por peculiares que sean, se sienten reales, profundamente humanos, y tremendamente fáciles de querer.

La historia nos plantea continuamente la pregunta que muchos se habrán hecho por lo menos una vez a lo largo de su vida, si pudieras volver atrás, ¿cambiarías algo? ¿cómo lo cambiarías? Todos tenemos momentos que nos gustaría rememorar, decisiones mal tomadas, palabras que no dijimos a tiempo, incluso experiencias alegres tan breves que dan la sensación de escurrirse entre los dedos antes de que podamos saborearlas del todo. La habilidad de Tim no es la herramienta perfecta que muchos imaginarían. Además su torpeza y su naturaleza impulsiva lo empujan una y otra vez a situaciones en las que se ve obligado a usar su poder sin cesar. Cada vez que intenta resolver algo, descubre que el tiempo no es tan manejable como pensaba, y que, aunque pueda reescribir pequeños momentos, la vida misma sigue siendo impredecible.

A lo largo de la película, también cambia la manera en que Tim usa su don. Al principio lo emplea con ingenuidad y entusiasmo, intentando brillar en el trabajo, evitar momentos incómodos o tener la cita perfecta con Mary. Pero poco a poco va entendiendo aquello que dice Tolstoi “El secreto de la felicidad no está en hacer siempre lo que se quiere, sino en querer siempre lo que se hace.” Y que no se trata de vivir sin errores, sino de saber convivir con ellos. Aprende que la vida no necesita ser continuamente rehecha para ser valiosa, y que a veces las sorpresas, incluso las malas, forman parte de lo que da sentido a nuestros días. Su poder ya no se convierte en una vía de escape, sino en una herramienta para estar más cerca de los suyos, para pasar un rato más con su padre jugando al pin pon, acompañar a su hermana en sus tropiezos o simplemente ser más consciente del presente.

Hay películas sobre viajes en el tiempo que se obsesionan con arreglar errores, evitar catástrofes o reescribir el destino del mundo. En ellas, el tiempo se convierte en un rompecabezas que hay que descifrar, una amenaza que puede destruirlo todo si no se controla. Tenet, por ejemplo, construye una narrativa compleja y vertiginosa donde la inversión temporal exige atención constante y una lógica casi matemática para seguir la trama. El viaje en el tiempo es una herramienta técnica, un recurso para el espectáculo, pero también un juego de poder.

Frente a eso, la película propone una idea más sencilla y, a la vez, mucho más valiente: ¿y si el secreto estuviera en no cambiar nada? Aquí no hay mundos que salvar ni paradojas que resolver. Solo un joven que quiere enamorarse, cuidar de su familia y aprovechar los pequeños momentos de la vida. Como dice Santa Teresa de Jesús: “El pasado ya no está, el futuro no ha llegado: solo el presente es nuestro.” Por eso me gusta la óptica de esta maravillosa película, enseñándonos que el tiempo no es una amenaza, sino una oportunidad para mirar mejor, para estar presente, para vivir con más atención y cariño. Y eso, curiosamente, resulta mucho más revolucionario.

José Carcelén Gómez

Ficha técnica:
Título original: About Time
Año: 2013
Dirección: Richard Curtis
Reparto: Domhnall Gleeson, Rachel McAdams, Bill Nighy, Margot Robbie, Lindsay Duncan y Tom Hollander