Mártires

Cambiar el mundo

Javier Pereda Pereda

La beatificación de 124 mártires de la diócesis de Jaén el pasado 13 de diciembre ha sido, en mi opinión, la celebración eucarística más importante en este Año Jubilar de la Esperanza. El Santo Reino es tierra de mártires. “Martyr” en griego significa testigo, en este caso de Jesucristo.

Algunos mártires de nuestra tierra fueron san Eufrasio (siglo I), primer obispo de Iliturgi, patrono de la diócesis de Jaén, martirizado por predicar el evangelio; san Bonoso y san Maximiano, soldados romanos, patronos de Arjona, decapitados en la persecución del emperador Diocleciano (308); san Amador, sacerdote, patrono de Martos, martirizado por los musulmanes (855); el beato Marcos Criado, natural de Andújar, martirizado por los moriscos en Granada en 1569; san Pedro Poveda, sacerdote linarense asesinado por el Frente Popular en Madrid en 1936.

Hace 89 años sufrimos una dolorosa guerra civil, que ahora algunos pretenden reabrir, pese a la reconciliación en la Transición. El historiador, periodista y obispo Antonio Montero Moreno indica en su tesis doctoral: “En toda la historia de la universal Iglesia, no hay un solo precedente, ni siquiera en las persecuciones romanas, del sacrificio sangriento, donde asesinaron a 6.832 personas (13 obispos, entre ellos don Manuel Basulto Jiménez, 4.184 sacerdotes, 2.365 religiosos y 283 monjas)”, por su mera condición religiosa.

El historiador Vicente Cárcel Ortí añade 3.000 laicos asesinados por el mismo motivo, con lo que la cifra asciende a unos 10.000 martirizados. De entre ellos, la Iglesia ha elevado a los altares a 2.254. El historiador Stanley G. Payne comenta sobre lo acontecido en España: “La persecución de la Iglesia Católica fue la mayor jamás vista en Europa occidental, incluso en los momentos más duros de la Revolución Francesa”.

Javier Paredes Alonso, catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, es partidario de señalar que estos mártires fueron asesinados por grupos de socialistas, comunistas y anarquistas, antes que denominarlos de forma eufemística “mártires de la persecución religiosa del siglo XX” o “mártires de los años treinta”. La Iglesia Católica declara mártir a un católico cuando se prueba que fue asesinado “in odium fidei”, por odio a su fe.

Los 124 mártires de la provincia de Jaén recién beatificados (109 sacerdotes, 1 religiosa clarisa y 14 laicos) fueron asesinados sólo por su fe y amor a Jesucristo, no por sus ideas políticas, como consta en la causa de beatificación que han llevado a cabo el postulador y el vicepostulador: don Rafael Higueras Álamo y don Andrés Nájera Ceacero.

Si a las beatificaciones de 2007 y 2013 se unen esta reciente son 140 mártires de Jaén que han subido a los altares. Quien esto escribe nunca había presenciado una ceremonia tan emocionante, que contó con la concurrencia dos cardenales, veinte obispos, con don Sebastián Chico Martínez, numerosísimos sacerdotes y cientos de asistentes, entre ellos familiares de los mártires.

El coro “MusicAlma” interpretó magistralmente el himno de la diócesis y de los mártires de Jaén, “La vía dei martiri” de Marco Frisina, “Ecce panis” de Juan Alfonso García, “Jesús, alegría de todos los hombres” de Bach y la popular “Cerca de ti, Señor”. La sangre derramada de los mártires, como Cristo derramó la suya por la salvación del mundo, manifiesta las maravillas del poder de Dios, como indica el Prefacio de la Eucaristía de los Mártires. Para abrazar el martirio es necesaria una especial gracia de Dios: “En su martirio, Señor, has sacado fuerza de lo débil, haciendo de la fragilidad tu propio testimonio”, reza este Prefacio.

La celebración fue presidida, en representación del Papa León XIV, por el cardenal Marcello Semeraro. Una estrofa del Himno a los Mártires escrito por el sacerdote diocesano don Manuel Cámara Valenzuela afirma: “Fue vuestra sangre escalera / para ascender hasta Dios. El odio que muerte os diera / se os transfiguró en amor”. Los mártires reciben la ayuda de Dios, para que el odio de sus victimarios, lo devuelvan en forma de amor, especialmente por el perdón a quienes los asesinaron.

Esta beatificación nos invita a ser fuertes como ellos, incluso hasta dar nuestra vida por Dios, viviendo el “martirio” en la vida ordinaria y llevando con alegría “los alfilerazos” de cada jornada. Dichosos los mártires porque se les ha concedido, no sólo el don de creer en Cristo, sino también el de sufrir por Él (cf. Flp 1,29).