Siglo XXI: Un siglo de Esperanza

Cambiar el mundo

Sin Autor

Se acerca la Navidad y, con ella, también el fin de este año jubilar de 2025. El Papa Francisco, al comienzo del año, quiso que pusiéramos el foco en que somos “peregrinos de esperanza” y podríamos decir que su “regreso a la casa del Padre”, tal y como se anunció en abril desde Santa Marta, fue un ejemplo de eso mismo a lo que nos interpelaba.

Tras este dos mil veinticinco se concluye el primer cuarto del siglo XXI, un siglo que parece desenvolverse marcado por la tecnología y por internet. Tener el mundo en un clic ha hecho posible que tengamos accesos a noticias, reels, fotos o música de cualquier parte del globo terráqueo; y esto resulta a ratos apasionante y a ratos inquietante. Podemos ser partícipes de las alegrías globales, pero también de las catástrofes, de las guerras, de la violencia y de la miseria de muchos lugares del planeta.

Es normal, observando a través de una pantalla el mundo que nos circunda, que pueda aparecer en nosotros un sentimiento de desesperanza. Sin embargo, está en nuestra mano que eso se quede en un sentimiento o que se transforme en una decisión. Hoy, con especial énfasis durante todo el año, la Iglesia nos invita a que nuestra decisión sea Cristo: la Esperanza.

Además, en estos últimos meses ha salido a la luz un debate que ya se venía gestando, silenciosamente, desde hace tiempo. Todo el que ha querido, como suele suceder hoy en día y como haré yo en las siguientes líneas, ha dado su opinión. Se han publicado muchos artículos y columnas, debates que duran horas, o incluso largos hilos de twits.

También de ello se quiso hacer eco Diego S. Garrocho, vicedecano de la facultad en la que estudio, escribiendo en el periódico: «Para algunos, la negación de la trascendencia, la impugnación consciente de la belleza, la renuncia a la condición ritual y litúrgica del ser humano o el abandono del cultivo del espíritu han generado un movimiento reactivo en las nuevas generaciones, que de nuevo han encontrado refugio en la fe».

Y, después de ese diagnóstico, añadía: «Cada vez que la humanidad se duele, la religión prospera. (…) Desconfiar de la sinceridad de la fe de los creyentes es, sin embargo, un riesgo temerario y, muy probablemente, una injusticia».

Subrayemos esto. No es simplemente que, al notar el vacío que deja el materialismo, uno busque llenarlo con lo contrario. No, sino que el ser humano sale de sí mismo, de la burbuja de comodidad en la que está sumido, y se interroga. Se plantea cuestiones que ya estaban ahí antes, pero que tapaba de mil modos posibles —a veces sin ni siquiera darse cuenta—. La búsqueda de Dios no es una búsqueda desesperada, sino una búsqueda que plenifica y da esperanza.

Por eso, mi opinión sobre este tema se alinea mucho con lo que escribía Julio Llorente hace pocos días: «Nada es más propicio que la desolación para sembrar una esperanza». Estamos llamados a ser peregrinos de esperanza, misioneros de esperanza, sembradores de esperanza. Hemos de serlo cada uno en nuestro contexto histórico: lo tuvieron que ser nuestros antepasados, lo tienes que ser tú y lo tendrá que ser el hombre del futuro.

Si alguna vez te has lamentado por haber nacido en estos días que corren o si has mirado con nostalgia esas décadas en las que nacieron tus padres, déjame decirte que hay motivo para la alegría: se nos ha encomendado una misión que solo un hombre de hoy puede llevar a cabo. Es una misión concreta, en un tiempo concreto y rodeada de rostros concretos. Nuestro siglo puede dar mucha gloria a Dios, pero esta tarea necesita de nuestro sí a Cristo, de nuestro fiat. Por si tenías dudas: ser sembradores de esperanza es la misión de nuestro tiempo.

Hay verdadero motivo para la Esperanza porque nos espera el Cielo, la victoria de una batalla que ya está vencida. Nuestra Esperanza se hace carne dentro de unos días en el Portal de Belén y en nuestros corazones. ¿Y tú qué? ¿Ya Le esperas?

Pilar Pujadas.