Pocas películas han logrado el estatus mítico que ostenta Casablanca (1942). Más de ocho décadas después de su estreno, sigue evocando emociones, con esa mezcla única de cine negro, romance y drama político, todo envuelto en la niebla y el humo de un bar en Marruecos. ¿Podríamos preguntarnos qué tendrá una película en blanco y negro, ambientada en plena Segunda Guerra Mundial, que aún conmueve? Tal vez sea su contexto histórico, sus personajes llenos de matices, sus frases memorables o su atmósfera casi hipnótica. Creo sin duda que es por los temas que trata: un amor imposible, el sacrificio por causas mayores o la responsabilidad moral, temas que por más que cambien los tiempos, siguen siendo profundamente humanos.
En el centro de esta historia tenemos a Rick, interpretado magistralmente por Humphrey Bogart, un hombre que ha construido un muro de cinismo alrededor de su pasado. Dice ser neutral, vivir al margen de todo, pero pronto nos damos cuenta de que esa indiferencia es solo fachada. Se ha refugiado en su bar, escondido del mundo, y ha convertido el “no me meto en nada” en su lema. Rick insiste en esta idea, pero sus actos actos no tardan en contradecirlo.
Y luego está la chica, Ilsa. Su personaje es de esos que llegan a tu vida y lo sacuden todo. “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, dice casi a modo de reproche a Rick en una escena. Tiene razón, pero ¿acaso en medio del caos, de la guerra, del miedo… no puede haber espacio para el amor? Casablanca no responde tan fácil. Nos plantea un dilema muy interesante entre lo que uno desea y lo que uno sabe que debe hacer.
Lo interesante de la película es que sus personajes son un reflejo de las distintas maneras en que las personas enfrentan los grandes dilemas de la vida como el amor, la responsabilidad o el compromiso. Rick representa la postura escéptica y defensiva de quien, herido y opta por no implicarse. Laszlo, en cambio, es el idealista que sigue creyendo en las causas justas, en el poder de la acción y la palabra.
En medio de este torbellino, Ilsa se halla en una dolorosa encrucijada emocional y moral, dividida entre un amor pasado que resurge y su compromiso con su esposo y la resistencia, un conflicto de afectos y deberes en un contexto extraordinario. Finalmente, el Capitán Renault encarna a quienes, por conveniencia, prefieren no tomar partido, buscando salir ilesos de cualquier situación. Cada uno parece una pieza atrapada en un tablero emocional, donde cada movimiento puede cambiarlo todo.
Y como tablero está el bar de Rick. Un espacio cargado de tensiones, donde se cruzan refugiados, colaboracionistas, espías, corruptos y también gente decente. Cada conversación puede esconder una trampa, cada gesto dice más de lo que parece. Todo se mueve en una ambigüedad constante, como si el mundo entero, con sus dilemas y contradicciones, cupiera entre las paredes del local. En cierto modo, ese bar recuerda a esos lugares que encontramos en la música o la literatura, donde todo se resume en una habitación, una mirada o una decisión. Algo similar ocurre en la canción de Café Quijano “En aquel hotel jamaicano”, donde un espacio cerrado se convierte en escenario de pasiones y secretos. El bar de Rick tiene esa misma cualidad: un refugio incierto, donde lo pequeño puede cambiarlo todo.
Pero si hay algo que me queda claro después de verla, es que Casablanca trata, en el fondo, sobre el valor de dejar ir. Rick deja ir a la mujer que ama, no porque haya dejado de quererla, sino porque entiende que hay algo más importante en juego. En un mundo donde se nos repite constantemente que debemos luchar hasta el final por lo que queremos, esta película se atreve a decir lo contrario: a veces, el amor verdadero se demuestra sabiendo soltar. La renuncia también puede ser un acto de grandeza. Como le dice Rick a Ilsa en esa despedida inolvidable: “Siempre nos quedará París”. Y con eso basta.
Quizás ahí está la lección para quienes vemos Casablanca hoy, especialmente desde una generación acostumbrada a la inmediatez, a los finales que lo resuelven todo y al amor que se gana a base de insistir. Esta historia nos recuerda que no todo se conquista, que hay momentos en que ceder no es rendirse, sino crecer. Que elegir lo correcto, aunque duela, también puede ser un acto revolucionario.
José Carcelén Gómez
Ficha técnica:
Título original: Casablanca
Año: 1942
Dirección: Michael Curtiz,
Reparto: Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt