Mártires

Cambiar el mundo

Javier Pereda Pereda

Jaén es tierra de mártires. Durante la Guerra Civil española (1936-1939), la Iglesia católica sufrió una cruenta persecución religiosa por las milicias republicanas, que algunos historiadores califican como la mayor desde el emperador Diocleciano. Ortega y Gasset, poco antes de la aprobación de la Constitución de 1931 advirtió: “¡No es esto, no es esto! La República es una cosa y el radicalismo otra. Si no, al tiempo”. Acertó este intelectual republicano al igual que Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala, Giner de los Ríos o Miguel Unamuno. La formación de un Frente Popular ahogó los pretendidos ideales democráticos de la República y desencadenó la contienda fratricida entre las dos Españas, expresión acuñada por Antonio Machado.

Andrés Trapiello señala que “Franco dio su golpe de estado el 18 de julio porque Largo Caballero no pudo darlo el 17”. Al hacer memoria de aquel fracaso colectivo en la convivencia, resulta inquietante como siguen repitiéndose los mismos errores: división y polarización. Claudio Sánchez Albornoz criticó a Manuel Azaña por su falta de determinación para restaurar el orden público.

Una de las notas características de aquella guerra, en la que murieron 600.000 españoles, fue la brutal persecución a la Iglesia, que, pese a estar ajena de las ideologías políticas, las hordas marxistas asesinaron a más de 7.500 católicos, por el solo hecho de ser sacerdotes, religiosos y laicos. Una etapa luctuosa de nuestra historia, en la que se exterminó a quienes pretendían ejercer la libertad religiosa.

La célebre sentencia de Tertuliano de “sanguis martyrum, semen christianorum”, explica las profundas raíces cristianas del Santo Reino. El 21 de octubre de 1932, el Ayuntamiento de Jaén prohibió el toque de campañas de las iglesias. El vicario de la diócesis, Francisco Blanco Nájera, interpuso recurso contencioso-administrativo, logrando revocar dicho acuerdo por restringir el derecho a la libertad religiosa. Pretendían imponer, como en la película de Pablo Moreno: “Un Dios prohibido” (2013), sobre los 51 mártires de Barbastro.

Jaén está llena de lugares que fueron testigos de lo peor y lo mejor: el odio y el perdón. Porque con Santayana: “quienes no pueden recordar su historia, están condenados a repetirla”. En el huerto del convento de la Merced, se produjeron, el 20 de julio de 1936, los cuatro primeros asesinatos a los claretianos: Genaro Millán, Laureano de los Frutos, Eduardo Gómez Acebo y Santos Rodríguez. La antigua prisión provincial de Jaén, actual Museo Íbero, fue, en expresión de Antonio Montero, “una parroquia in artículo mortis”, en donde los once sacerdotes y cinco claretianos administraban clandestinamente el sacramento de la confesión y la Eucaristía, antes de ser fusilados en el “tiro nacional”.

La Catedral sirvió de prisión, y de ella partieron los dos “trenes de la muerte” que, en Vallecas, ametrallaron a 190 personas. Entre ellas, el obispo don Manuel Basulto Jiménez, quien de rodillas y con el rosario en la mano, bendijo y perdonó a sus ejecutores. En la Cripta de Jaén, reposan 328 víctimas de la Guerra Civil. No todas han sido declaradas mártires, sino aquellas que han dado su vida “in odium fidei”, por el odio a la fe. Nadie puede dar testimonio de fe de esta forma heroica, si no es por una especial gracia de Dios.

A los 124 mártires de la Guerra Civil ahora reconocidos por el Papa León XIV, gracias al trabajo del promotor Rafael Higueras Álamo, hay que añadir los 16 entonces declarados en 2007 y 2013. En total, 140 mártires de la provincia. En el Santuario de la Virgen de la Villa de Martos, está la Capilla de los Mártires, con 142 personas, entre ellos, los laicos Obdulia Puchol Merino y Manuel Melero Luque, ahora beatificados. Al sacerdote Manuel Valdivia Chica le cortaron las manos, por haber celebrado con ellas la misa.

En la cripta de la Capilla Dorada de Baeza, residen 84 mártires, entre ellos el penitenciario Francisco Martínez (cuñado de Obdulia) que pidió ser el último en ser fusilado en “la cruz de los 31” de Ibros, para impartir la absolución a todos. El párroco de Arjona, Francisco de Paula Padilla, “el Kolbe jiennense”, sustituyó a un padre de seis hijos, que iban a asesinar. Hay otros mártires que, en la vida ordinaria, sin derramar la sangre, gastan su vida por Jesucristo, en el trabajo diario, los deberes familiares, en la amistad sincera o la enfermedad.