En estos días los medios de comunicación españoles parecen desbordados por la corrupción que ha anegado los pasillos del gobierno convirtiéndolos en cloacas. No parece un problema —como ahora se dice— puntual, ni local. Las acusaciones —y en su caso las condenas— por corrupción afectan a muchas otras democracias. Hay además numerosos países en los que los más corruptos acumulan el poder y no tienen una estructura democrática que haga posible su relevo.
El antónimo de «corrupto» es «íntegro», lo contrario de la corrupción es la integridad. Estoy persuadido de que lo único que puede realmente hacer frente a la corrupción a todos los niveles es la integridad personal, el empeño de cada uno por ser ejemplar, por ayudar a los demás, por no ceder a las tentaciones de quienes quieren comprar su favor con beneficios injustos.
Por eso, quienes invocando el «realismo político» defienden obrar al margen de la ley hacen un daño terrible a una sociedad democrática. Tampoco me parece justo afirmar que todos los gobernantes o los políticos son corruptos, pero sí es verdad que muchas personas honradas —en particular los jóvenes— se alejan del servicio público por temor a ser contaminados en ese barrizal.
Me impresionaba esta mañana leer una valoración de la famosa anarquista Emma Goldman (1869-1940) en el interesante libro «Visión en llamas» sobre su participación en la guerra civil española. Dice de ella el editor David Porter, también anarquista: «A su modo de ver, preservar la integridad personal en el estilo de vida y en la práctica política era en definitiva más importante que la aprobación de los camaradas del movimiento» (El Viejo Topo, 2006, p. 60). El esfuerzo de Goldman por ser ejemplar en su forma de vida y en su acción política le llevó a chocar con muchos otros líderes influyentes del movimiento anarquista, pero su integridad es la que hace que décadas después de su muerte siga siendo un personaje admirable mientras que aquellos otros líderes han quedado por completo en el olvido.
Merece la pena repetir que necesitamos personas íntegras que se dediquen a la cosa pública en nuestro país, en Bruselas y en todo el mundo. Vale la pena alentar a jóvenes con dotes para esas tareas a que se dediquen generosamente a la política en servicio de los demás, sabiendo que por encima de todo lo primero es su honradez personal.
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* Jaime Nubiola es profesor emérito de Filosofía, Universidad de Navarra, España (jnubiola@unav.es).