Un Rocío para recordar y emocionarse

Cambiar el mundo

Sin Autor

Volvemos a vivir una Romería de El Rocío con la Virgen en el centro de todas las miradas. Este año, con mayor valor si cabe al estar enmarcada dentro del Jubileo de la Esperanza.

El Rocío siempre es especial. La llegada de estas fechas siempre suscita emociones únicas para aquellos quienes sentimos a la Virgen como parte intrínseca de nuestras vidas. Y muchos de esos sentimientos afloran cuando uno se agarra a la reja y se postra ante la Blanca Paloma. Pero, verdaderamente, todo empieza mucho antes.

En tiempos donde cada vez cuesta más mantener la esencia, en los que parece prevalecer el postureo frente a tradición o la fiesta frente a la devoción, El Rocío todavía conserva la verdad de la religiosidad en torno a la Virgen. Hablaré de mi romería, esa que empieza un jueves por la mañana cuando los cohetes anuncian que Huelva se va para El Rocío. Atarse el pañuelo al cuello y colgarse la medalla supone empezar a soñar con el reencuentro con la Reina de las Marismas.

Ahí mismo empieza el camino -como dice la sevillana: “mi camino comienza desde mi puerta”-. Son dos días de camino que para el peregrino se traducen en vivencias, porque el camino supone compartir momentos con amigos, acordarte de quienes no están, pensar en los que te rodean, reflexionar sobre uno mismo y, lo más importante, pensar en la Virgen. En lo físico, muy duros: más de 60km, cantidades ingentes de polvo, altas temperaturas, además de alergias y dificultades que se pueden experimentar durante el transcurso. Por ello, es importante rodearse bien para que sea una experiencia mucho más llevadera.

La parte más bonita llega cuando se vislumbra la aldea en el horizonte. Llegar a El Rocío es motivo de felicidad y de júbilo para los que caminan detrás de la carreta. Porque el camino no es simplemente andar: detrás de cada pisada hay promesas, oraciones, súplicas, cuentas pendientes y experiencias junto a la Virgen del Rocío. No es un camino en vano, es un camino de sentimiento. Cuando hablo de que la Virgen es casi parte de nosotros, hablo de innumerables experiencias que alberga cada peregrino junto a Ella y, precisamente por eso, volver a verla es tan especial.
Tanto viernes como sábado de romería y Domingo de Pentecostés son días para apreciar la magnitud de la fiesta que vivimos.

Podemos considerar El Rocío como una romería universal, donde no solo gente de toda España, sino de todo el mundo, se da cita en la aldea para ser testigos de una celebración sin igual. 127 hermandades filiales que peregrinan hasta las plantas de la Virgen del Rocío se presentan ante ella durante los dos primeros días mencionados. El Domingo de Pentecostés nos regala una de las estampas de la romería: la misa de Pentecostés, con todos los ‘simpecaos’ conformando un altar con la marisma como telón de fondo.

Y cae la noche del Domingo de Pentecostés y la brisa de la marisma susurra todo lo que está por suceder. Es la explosión de todas las emociones contenidas, es la cumbre de una fiesta en la que todo cobra sentido cuando llega la hora que marca la Virgen y el pueblo de Almonte. La Blanca Paloma baja de los cielos para que sus hijos la lleven en volandas por la aldea. Ha llegado el momento: ve a buscarla, dale gracias por tenerla cerca un año más y pídele si necesitas que interceda por ti. La Virgen sabe sus cuentas con tantos y tantos devotos que la quieren. La madrugada del Lunes de Pentecostés explota en vivas y palmas porque la Virgen del Rocío, un año más, va al encuentro con sus hijos. Y todo se convierte en emociones sinceras y alegría desmedida. Con Ella irradian todas las certezas que se cuentan sobre su imagen. Y entonces, todo es Rocío. El Rocío es el momento y el sitio.

Esto es solo un resumen, pero El Rocío no se explica. El Rocío se siente, se vive, late en el interior de cada uno y cobra sentido tienes a la Virgen frente a ti. Sólo en El Rocío vas a entender El Rocío.

Fran Vázquez
@franvazquezrd
Huelva