Hace unos días, nuestro país sufrió un gran apagón como nunca antes había ocurrido. Todo el país se quedó sin luz y esto conlleva unas graves consecuencias: las empresas no pueden operar, las industrias sufren pérdidas materiales, las operaciones bancarias se interrumpen, los riesgos en hospitales para pacientes conectados a equipos médicos, el daño ocasionado a vacunas y medicamentos al romperse la cadena de frío, la interrupción de comunicaciones, regiones incomunicadas, falta de vigilancia electrónica, tráfico colapsado, transporte público suspendido…. La incertidumbre y la falta de información pueden generar angustia en la población y problemas de salud mental si se prolonga en el tiempo.
Esto nos permite hacer una reflexión profunda sobre nuestra dependencia de la tecnología y la fragilidad humana.
La oscuridad nos enfrenta a nosotros mismos y aparecen preguntas: ¿Quiénes somos? ¿Sabemos convivir? ¿Dependemos de algo o alguien? Al apagarse la luz, se apagan también nuestros hábitos, nuestras rutinas y nuestras certezas.
Nos damos cuenta de la importancia de la luz, que nos ayuda a despertar, a mirarnos a los ojos; de la importancia de escuchar, acompañar, aliviar… Al cesar la luz externa, queda expuesta la oscuridad interior: soledad, miedos, incertidumbres….En ese silencio forzado, descubrimos que estamos viviendo con luces pasajeras. ¿Qué luz guía tu vida?
Una luz que no depende de cables, ni de energía humana, ni de avances tecnológicos. Busca esa luz que da sentido en medio de la confusión; que consuela cuando el mundo deja de hablar; que guía cuando todo lo demás deja de funcionar.
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
Cuando se apagan las luces del mundo, podemos buscar la Luz verdadera, la que ilumina el alma, la que nunca falla. Tal vez el apagón hace que nuestro corazón vuelva a encenderse. Tal vez en la oscuridad se hace visible lo esencial; Tal vez……..
Marienma Posadas