Plan de vida: mantener tu vida encendida

Cambiar el mundo

Sin Autor

Tener un plan de vida es elegir una rutina de buenos hábitos. Es decir, elegir una rutina que, día a día, nos sostenga. Además, que nos ayude a crecer, a alcanzar metas y a dominarnos en lo que cuesta.

No se trata solo de hacer cosas: queremos tener en mente un plan que nos vaya transformando.

Pues, la vida no se detiene. Si no hay un rumbo claro, solo nos queda atajar los sucesos como podamos. Para no vivir así, necesitamos una guía que nos dirija en función a quiénes estamos llamados a ser y hacia dónde queremos llegar.

Que lo más importante sea lo más importante

Organizar el día es una decisión: queremos aprovechar el tiempo y cuidar lo importante. Stephen Covey, en su libro Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, explica cómo dividir nuestras tareas en cuatro cuadrantes:

Urgente e importante.
Urgente pero no importante.
Importante pero no urgente.
Ni urgente ni importante.
Entonces, Covey insiste en que lo verdaderamente clave es el tercer cuadrante: lo importante, pero no urgente. Ahí es donde queremos apuntar con nuestro plan de vida.

Deseamos que lo importante sea la prioridad. A veces, no será literalmente lo primero que hagamos en el día. Sin embargo, conviene que así sea. Vale la pena luchar para que no quede en segundo plano.

¿Y qué es lo más importante? ¿O queremos priorizar nuestro primer amor, nuestra relación con Dios? ¿Queremos que Él sea lo primero?

Cuando alguien nos importa, pensamos en esa persona al despertar y antes de dormir. En nosotros puede variar esa emoción o sentimiento con respecto a Él. A medida que lo vamos conociendo sabemos que es una relación diferente, atemporal, no sujeto a sentimientos… y está bien. No se trata de sentir, sino de decidir. Es decir, de ponerlo primero, más allá de los altibajos.

Nunca es tarde para empezar, ni para volver a empezar

Las rutinas cambian, nosotros cambiamos y el plan, también, se va adaptando. Es esperable y necesario ser flexibles, renovando cada día nuestro para qué.

De esta manera, se fortalece aquello que vamos haciendo hábito, aprendiendo en el andar. Lo más difícil suele ser arrancar, tanto el plan de implementación como el día también. Ese primer minuto, como un santo solía llamarlo: heroico, ya se ha demostrado que es el que define el resto de la jornada.

Si vencemos ahí, ya ganamos la primera batalla del día. Sin darnos cuenta, nos fortalecemos para vencer otras más. Muchas veces hay que ir en contra de las ganas. Sin embargo, de eso se trata, es por ahí: sin excusarnos ni patear compromisos o tareas. ¡Más bien, concretarlas y ganarlas!

Como un guante en la mano

Un plan de vida ayuda a no perder el eje. Cada cual con sus actividades y obligaciones puede concretar un plan de ruta para no descuidar lo esencial.

Por eso, el primer plan que queremos querer es el de estar con Él. Para ello, es necesario planificar qué momentos tendremos para estar en línea. En el transcurso de la jornada, como dos enamorados que se van mensajeando, quedan en llamarse, en verse o se sorprenden con algún detalle muy personal.

Hay tantos planes como personas en el mundo, es decir que cada cual se adhiere al que lo vive. Todos tienen en común que buscan lo mismo: volver a la mirada sobrenatural y sobrevolar alto todo lo que nos va pasando. Redirigir nuestro corazón con los ojos puestos en Él, quien nos ayuda entender, o abrazar lo que tenemos, para avanzar de la mejor manera.

Un encuentro presencial

Existen oraciones que podemos planificar para nuestro plan de vida, por ejemplo:

Ofrecer el día a Nuestra Madre.
Jaculatorias: son pequeñas frases llenas de cariño.
Conversar a solas con Él, como nos enseña Jesús.
Lectura del Evangelio y algo espiritual breve.
Rezar el Rosario.
El Ángelus al mediodía.
Visitar al Santísimo.
El gran regalo de ir a Misa y comulgar uniéndonos plenamente.
Crecer en vida sobrenatural es algo muy distinto del mero ir amontonando devociones. Sin embargo, debo afirmar, al mismo tiempo, que no posee la plenitud de la fe quien no vive alguna de ellas, quien no manifiesta de algún modo su amor a María.

Pedirle que nos aumente la fe para estar realmente presentes en cada encuentro no es un rito vacío: es una relación viva. Como una película de amor que nos puede sorprender si estamos atentos.

Ser contemplativos en medio de nuestras actividades significa saber que estamos en su presencia siempre. No obstante, necesitamos parar. Es decir, parar el cuerpo y el alma para recordar quiénes somos: hijos amados, acompañados por su Madre, custodiados por nuestro ángel custodio y ayudados por la intercesión de San José y tantos santos a los que acudimos.

Somos humanos, sí. Somo, también, semejantes a Él. Es propio de nuestra naturaleza querer volver al gran Amor. Como cuando queremos ir a ver a ese ser tan querido que nos alivia solo con su presencia, nos devuelve la paz.

Es propio, entonces, querer cuidar nuestra amistad con Dios. Cuando la vida se hace cuesta arriba o sentimos que no podemos más, ahí es donde más necesitamos recordar esto.

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Aprender, pedir ayuda, organizarnos y, sobre todo, no desanimarnos. No se trata de tener siempre ganas. Se trata de amar. Por ello, amar es estar. Amar es poner los medios para no dejarlo para después.

Porque puede pasar la vida sin que hayamos dedicado tiempo a lo esencial y, entonces, muchos sueños también quedarán sin cumplirse, simplemente por falta de organización. Si ponemos primero lo que importa, todo lo demás se acomoda y se multiplica. Al fin y al cabo, Dios es el autor de toda nuestra eficacia. Como dice el Papa Francisco: “en el arte de ascender lo importante no es no caer, sino no permanecer caído”.

Fuente: Ama fuerte