Volver a ser niños

Cambiar el mundo

Sin Autor

“En verdad os digo: si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los cielos.” (Mateo 18,3).

Recorrer Disney París siendo adulto puede parecer, a simple vista, una actividad de ocio o un viaje para acompañar a los más pequeños. Es una experiencia que despierta la magia, la alegría y la capacidad de asombro que muchas veces olvidamos en la vida adulta. En ese mundo de fantasía, es fácil reencontrarse con el niño interior: aquel que cree, confía, sueña sin límites y se maravilla con lo sencillo. Jesús nos invita a eso: a tener un corazón de niño, abierto a lo nuevo, libre de prejuicios, lleno de fe y capaz de vivir con esperanza. Así como un niño se deja sorprender en cada rincón de Disney, el creyente está llamado a dejarse sorprender por el amor y la presencia de Dios en lo cotidiano.

Disney puede ser un recordatorio vivo de que la fe no es solo para sabios, sino para los que, como los niños, se abren al misterio con confianza, alegría y humildad. Puede despertar emociones profundas e inesperadas:

Nostalgia al reencontrarse con una parte olvidada de uno mismo, inocente y soñadora;
Asombro por la magia tangible del lugar: castillos iluminados, desfiles, música, efectos visuales…
Alegría al tener libertad emocional y poder sentir sin filtros;
Ilusión por poder compartir con la familia y vivir juntos esa experiencia;
Introspección al pensar en nuestros sueños, en el pasado y en lo que está por llegar.

Así que en Disney no solo visitamos un parque temático; visitamos una parte de nuestra alma que el tiempo no ha borrado, solo estaba esperando ser despertada con un poco de magia.

Cuando nos hacemos pequeños, cuando confiamos, cuando amamos sin condiciones, estamos más cerca del verdadero Reino.

Marienma Posadas