«No seáis del mundo, aunque estéis en el mundo» ( Jn 17,14–16)
1. Una fe que no se vende, se entrega
La fe no es una etiqueta ni una estética. No es algo que se muestra para agradar o destacar. Es, ante todo, una relación personal con Jesús, que transforma desde dentro. En palabras del Papa Benedicto XVI:
“No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida.” (Ecclesia in Europa, 2003)
Cuando uno se encuentra con Cristo —no con ideas sobre Él, sino con Él mismo—, algo cambia.
2. Dudar no es traicionar, es buscar con profundidad
Muchos jóvenes se sienten culpables por tener dudas. Pero dudar no significa estar lejos de Dios. A veces, es la prueba de que lo estás buscando en serio. Incluso los santos dudaron. Incluso los apóstoles, que lo vieron con sus propios ojos. Recordemos a Tomás, que dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, no creeré» (Jn 20,25). Jesús no lo rechazó: se dejó tocar.
El Papa Francisco lo dijo de forma clara: “No tengamos miedo de las dudas, porque ellas son el signo de que queremos conocer más y mejor a Dios.”
Yo también pasé por un momento así. En un tiempo difícil de mi vida, cuando perdí a mi papá, empecé a sentir una ansiedad que no entendía y que parecía no tener consuelo. Había recibido todos los Sacramentos, pero no tenía una relación real con la Palabra de Dios. Nadie me dijo que leyera la Biblia, simplemente, un día, abrí la que teníamos en casa y leí un poco. No fue mucho, pero fue suficiente para sentir algo distinto. Paz.
A partir de ahí, empecé a ir a la Iglesia y a participar del grupo juvenil. Fue una de las mejores decisiones que tomé. No solo encontré personas con quienes compartir la fe, sino que también me sentí contenida, valorada y comprendida. Siempre había sido una chica tranquila, de las que “no encajan” fácilmente, pero en ese espacio descubrí que no estaba sola. Hay muchos jóvenes que, como yo, buscan algo más profundo. Y lo están
encontrando.
Dudar no fue el final de mi fe. Fue el comienzo de una fe más viva y verdadera.
3. Entre pantallas y likes: el corazón sigue buscando a Dios
Vivimos hiperconectados, pero muchas veces vacíos. Para subir una imagen a las redes sociales nos llenamos de filtros (y vemos que quede perfecta muchísimas veces)… todo apunta a mostrar una imagen pulida, bellísima. Pero Dios no busca la imagen. Busca el corazón. En medio de tanto ruido, la oración se vuelve un refugio. El silencio, un acto revolucionario. San Agustín decía: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti.”
4. La santidad no es lejana: tiene rostro joven
A veces creemos que ser santo es cosa de monjas en claustros o mártires del siglo III. Pero hay santos de zapatillas, con auriculares, de nuestra generación, que tuvieron crisis, amigos, familia… y sin embargo eligieron amar. Carlo Acutis, un adolescente que usaba la computadora como cualquiera, decía: “La Eucaristía es mi autopista al cielo.” Y también: “Todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias.”
Esta frase nos interpela profundamente. ¿Cuántas veces dejamos de ser nosotros mismos por miedo a no encajar? ¿Cuántas veces nos conformamos con copiar lo que otros hacen, dicen o muestran en redes, aunque eso no nos represente? Carlo nos recuerda que fuimos creados únicos y que la santidad no es una fotocopia: es vivir plenamente el plan que Dios soñó para cada uno. Ser santo no es imitar a otros, es animarse a ser lo que verdaderamente somos en Dios.
5. ¿Cómo vivir la fe hoy sin sentirse solo o “ridículo”?
Uno de los grandes miedos es parecer “anticuado”, “moralista” o simplemente “raro”. Pero lo cierto es que vivir el Evangelio siempre fue un escándalo para el mundo. Ya en la primera carta de Pedro leemos: “Estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que les pida una
explicación” (1 Pe 3,15).
También me sucedía que a veces me daba miedo subir algo religioso a mis redes. Una vez, igual, me animé a compartir una frase de un Santo. No tuvo mucha repercusión… pero al rato me llegó un mensaje privado: «Gracias por compartir eso. Justo hoy me sentía re mal y necesitaba leer algo así»
Ahí entendí que no se trata de cuántos te aplauden, sino de llegar al que lo necesita. No estás solo. Hay miles de jóvenes como vos, aunque no hagan ruido. Buscá una comunidad, un grupo, un espacio donde compartir la fe. Nadie llega al cielo solo. Y si no encontrás ese espacio todavía, no desesperes: a veces Dios te lo muestra cuando menos lo esperas, o incluso te llama a vos a empezar uno. Y lo más importante, tenemos que
agradar a Dios, no a los hombres.
6. ¿Por qué seguir a Jesús?
Porque Él no promete una vida fácil, pero sí una vida plena. Porque su amor no cambia según tu rendimiento. Porque en un mundo que te exige resultados, Jesús te mira con ternura. Como dijo San Juan Pablo II: “No tengáis miedo. Abrid las puertas a Cristo. Él sabe lo que hay en el corazón del
hombre.”
Y como dijo el mismo Cristo: “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Seguir a Jesús no es firmar un contrato de perfección, ni una carrera para impresionar a los demás. Es entrar en una relación que transforma. Es dejar que alguien camine a tu lado incluso cuando no tenés fuerzas. Es descubrir que no estás solo, ni siquiera cuando te sentís perdido.
Jesús no exige que llegues a Él con todo resuelto. Se acerca a vos tal como estás: con tus dudas, tus heridas, tus luchas. Te llama por tu nombre. No para cambiarte de forma superficial, sino para revelarte quién sos realmente: amado, único, valioso. En un mundo que te mide por lo que producís, Jesús te recuerda que valés por lo que sos.
En un entorno donde la apariencia lo es todo, Él mira el corazón. Donde otros ponen condiciones, Jesús ofrece misericordia. Seguir a Jesús es, en definitiva, elegir amar aunque cueste. Confiar aunque haya tormenta. Y saber que, pase lo que pase, estás sostenido por un amor que no falla.
Conclusión: tu historia importa (de verdad).
Si llegaste hasta acá, gracias. De corazón. No escribo desde la perfección ni con todas las respuestas, sino desde la experiencia de alguien que también busca a Dios en medio de mil cosas: facultad, redes, dudas, silencios… y sí, también en los momentos en los que siento que no doy más.
No necesitás cambiar tu vida de un día para el otro. Alcanza con un «sí», aunque sea tímido, aunque sea con miedo. Ese sí ya vale oro. Porque Jesús no busca héroes, busca corazones dispuestos.
Así que, si alguna vez pensaste que tu historia no tiene mucho que decir, pensalo de nuevo. Porque quizás —y sin darte cuenta— tu historia, tus luchas, tus pasos, pueden ser justo lo que otro joven necesita para volver a creer.
No tengas miedo de ser luz. No tengas miedo de ser “distinto”. No tengas miedo de ser de Cristo.
María de los Milagros Esther Calderón