A las 18:07 de ayer jueves teníamos fumata blanca. El cardenal protodiácono, anunció “urbi et orbi”, desde el Balcón de la Basílica de San Pedro, una gran alegría: “Habemus Papam”: Robert Prevost.
En la Capilla Sixtina de Michelangelo, bajo los frescos del Juicio Final, se interpelaba a la recta conciencia de los cardenales para elegir al Papa que necesita la Iglesia y la humanidad en este momento de la historia tan difícil y complejo. En la santa misa del miércoles, “Pro eligendo Romano Pontífice”, en la oración colecta, se pide al Padre eterno que “conceda un pastor que te agrade por su santidad y sea útil a tu pueblo, por su vigilante dedicación pastoral”.
Si tenemos en cuenta los 266 sucesores de Pedro a lo largo de la historia, 83 de ellos, la tercera parte, han sido declarados santos. Me parece un dato relevante y significativo, porque ayuda a comprender que desempeñar tan alta y digna misión, obliga a oler a Cristo. De ahí la insistencia en invocar al Espíritu Santo para que ilumine a los cardenales.
El cardenal Joseph Ratzinger, quien supo conjugar “fides et ratio”, salía al paso de la pregunta que le formulaba una televisión bávara, de si el Espíritu Santo elegía al Papa. Así abordó esta cuestión: “El Espíritu Santo actúa como un buen maestro, que deja mucha libertad, sin abandonarnos”. Para acto seguido concluir: “Hay muchos Papas que probablemente el Espíritu Santo no habría elegido”.
Los cardenales son hombres que no están exentos del pecado y de hacer un uso desordenado de la libertad. Por eso no es de extrañar que el cardenal Decano del Colegio Cardenalicio, Giovanni Battista Re, les haya recordado que “se debe abandonar cualquier consideración personal, y tener en la mente y en el corazón sólo al Dios de Jesucristo y el bien de la Iglesia y de la humanidad”.
Todo lo contrario que refleja la película “Cónclave” (2024), en donde se ponen de manifiesto las apetencias desordenadas de los cardenales por conseguir el poder. Más acorde con la producción de la MGM “Las sandalias del pescador” (1968), basada en la novela de Morris West, con Anthony Quinn y Laurence Olivier, donde se profetiza la elección como Papa de Karol Wojtila, de un cardenal de la Europa del Este.
El mandato de Jesús a Pedro sigue vigente: “Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos” (Lc 22,31-32). La Iglesia necesita un Papa cuya fe permanezca firme ante el canto de sirenas de un mundo desorientado, para ofrecer la felicidad a los hombres. El verdadero enemigo de la Iglesia no está fuera, sino dentro, ante la falta de unidad.
Los cardenales se dirigían a la Capilla Sixtina entonando el himno “Ubi caritas” en latín: “Estando congregados y unidos, cuidémonos de estar desunidos en espíritu. Cesen las malignas rencillas, cesen los disgustos”. De ahí que el cardenal Re haya insistido antes del “extra omnes” que “La unidad de la Iglesia es querida por Cristo; una unidad que no significa uniformidad, sino una firme y profunda comunión en la diversidad, siempre que se mantenga en plena fidelidad al Evangelio”.
Si san Pablo VI experimentó “el humo del demonio por las grietas de la Iglesia”, ésta no estaba mejor que ahora. La crisis de la Iglesia entonces radicaba en la interpretación del Concilio Vaticano II, la revolución sexual “sesentayochista”, la secularización de los sacerdotes y los desórdenes en la liturgia.
La situación actual de la Iglesia es susceptible de mejora. Dos datos. En España hace 25 años se casaban por la Iglesia el 75%; ahora algo más del 19%. Existen 407.000 sacerdotes en el mundo para atender a 1.400 millones de católicos. Benedicto XVI explicó que en una sociedad poscristiana, el futuro de la fe católica dependerá de la capacidad de la Iglesia de convertirse en contracultura, a partir de “minorías creativas” que vivan y comuniquen los ideales de su mensaje.
Ante los nuevos y apasionantes retos de la Iglesia, hay que llenarse de esperanza. Así lo quiere el Buen Pastor: “Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).