Carta al Santo Padre León XIV

Cambiar el mundo

Sin Autor

Desde un corazón cristiano lleno de gratitud y fe

Amado Santo Padre:

Con el corazón lleno de emoción y los ojos aún húmedos por las lágrimas de una espera vivida en oración, me atrevo a escribirte estas humildes líneas. Parecía que nunca iba a llegar este día. Hoy, 8 de mayo de 2025, quedará marcado para siempre en la historia de la Iglesia y en lo más íntimo del alma de los fieles como el día en que el Espíritu Santo volvió a guiarnos con claridad y ternura a través del humo blanco. ¡Habemus Papam!

Llevábamos en el alma el luto por nuestro querido Papa Francisco, pastor valiente y humilde, un grande, un auténtico pastor que con su sonrisa paternal y su palabra profética nos acercó más a Cristo, a la Iglesia y al Evangelio. Un alma que marcó nuestra historia. Fue un padre para muchos, un faro luminoso para los jóvenes que, gracias a él, descubrimos que la fe no es un peso, sino una alegría, que gracias a él volvimos a mirar hacia el cielo con fe y esperanza.

Su partida nos dejó una mezcla de tristeza y esperanza, de despedida y anhelo. Sabíamos que Dios nos preparaba algo nuevo, pero el corazón aún estaba en silencio, esperando.

Durante estos días de Sede Vacante, hemos caminado como Iglesia en oración constante. Rezábamos con nervios, con lágrimas y con el alma en vilo. Las voces de millones se elevaron al cielo con una sola súplica: “Señor, envíanos un pastor según tu corazón”. Y Dios, que nunca abandona a su rebaño, escuchó nuestras plegarias.

Hoy, cuando la fumata blanca se alzó sobre Roma y cubrió con su pureza el cielo del mundo, nuestros corazones se estremecieron. Los nervios se mezclaron con la alegría, las lágrimas con la esperanza. Todos preguntábamos con ansia: “¿Quién será el elegido?”. Y entonces, como un susurro divino, escuchamos las palabras eternas: “Habemus Papam”. El nombre resonó: Cardenal Robert Prevost, ahora Papa León XIV. Su voz sonó como una promesa de continuidad y de novedad. Y al verte salir al balcón de San Pedro, querido Papa, pudimos sentir en tu rostro el reflejo del amor de Dios. Había en ti algo del legado de Francisco, sí, pero también una luz nueva, un espíritu sereno, una firmeza llena de ternura.

Santo Padre, al verte aparecer en el balcón de San Pedro, tu rostro nos habló antes que tus palabras. Tu mirada nos recordó la ternura del Buen Pastor. En ti vimos continuidad, pero también novedad; vimos el eco de Francisco, pero también la promesa de un nuevo tiempo guiado por la paz, la fe y la misericordia.

Tú has dicho “sí” al llamado de Dios, y ese sí lo abrazamos con gozo. Un nuevo camino comienza, no exento de desafíos, pero sí rebosante de la gracia del Señor. Con humildad, te digo que cuentas con mi oración, mi fidelidad y mi amor como hija de la Iglesia. Te acompañaré, como lo hace un discípulo que confía en su pastor. Porque confiamos en ti, porque vemos a Dios obrando a través de ti. Y yo, desde mi pequeñez, quiero decirte algo sencillo pero profundo: confío en ti. Confío en tu oración, en tu palabra, en tu ejemplo. Confío en que serás ese puente entre nosotros y el cielo.

Confío en que nos llevarás siempre más cerca de Jesús. Ayúdame, Santo Padre, a acercarme más a Dios, a amar más a la Iglesia, a vivir con más coherencia el Evangelio. Que tu palabra, tu ejemplo y tu oración me fortalezcan en la fe.

Gracias por aceptar esta cruz luminosa que es el Papado. Gracias por ofrecer tu vida al servicio del Pueblo de Dios. Gracias por recordarnos que el Espíritu Santo sigue obrando, sigue guiando y sigue renovando a la Iglesia. Gracias por entregarte. Gracias por empezar este nuevo camino con nosotros. Te acompañaremos, te escucharemos, y sobre todo, oraremos por ti. Porque eres nuestro Papa.

Hoy se abre una nueva era, y nosotros, tus hijos, la abrazamos con un corazón abierto.

Humo blanco. Corazón nuevo y dispuesto. Nuevo Camino y camino de fe.

¡Habemus Papam!

Gracias, León XIV.

Con todo mi cariño, mi oración y mi fe.

Una hija de la Iglesia que camina contigo.

Betredade Serrano