“Il dolce Cristo in terra“ así le llamaba Santa Catalina de Siena al Papa. Era en un momento muy delicado en la vida de la Iglesia. Junto al Papa, existía también un-antipapa, es decir, alguien que se hacía pasar por Papa, pero que no era el Papa, y al que seguía no poca gente.
El amor que los cristianos tenemos a Romano Pontífice es un amor teológico. Está basado en la realidad de lo que él representa: es el Vicario de Cristo en la tierra y, por tanto, el mismo Cristo, que actúa a través del Papa. Es conmovedor cuando uno recorre los países del mundo y tanto en los pueblos altos de los Andes del Perú, donde muy poca gente llega, como en aquellas comunidades bien pobres de las selvas de Nicaragua, todos rezan por el Papa y todos aman al Papa y todos deseaban que les hablara del Papa.
El Concilio Vaticano II afirmó que la Iglesia es la familia de los hijos de Dios. Qué definición tan entrañable, que nos habla de como Dios, Nuestro Padre, por el bautismo nos hace entrar a formar parte de su familia: todos somos hijos de Dios y hermanos en Jesucristo. Y en esa familia Dios ha previsto el sacerdocio como cauce para que nos llegue su gracia y su cariño. Enfrente ha puesto al Vicario de Jesucristo, el Romano Pontífice, que es principio de unidad y de caridad en toda la Iglesia universal.
Después de las grandes epopeyas de San Francisco Javier por aquellas tierras asiáticas, expulsaron a los misioneros de esos lugares. Siglos después, cuando aparecieron los primeros misioneros antes de reconocerlos, les preguntaron tres cosas: si se casaban o no -para reconocer que eran sacerdotes católicos-, si amaban a la Señora – a la Virgen- y si estaban unidos y obedecían al hombre de Roma -el Papa-. Fíjate qué bonito es que desde el principio de la formación de estos cristianos, quedará claro que el Papa es clave en la vida de la Iglesia. Además es conmovedor que sus familiares les transmitieran durante siglos estas verdades como piedra de toque de la verdadera fe.
En estos días de espera de un nuevo Romano Pontífice se ha vuelto a repetir en cierta manera la escena de los apóstoles reunidos con la Virgen esperando la llegada del Espíritu Santo. También hemos estado como la primera comunidad cristiana cuando rezaban por San Pedro, porque se encontraba en la cárcel. Todos bien unidos en la oración.
Siempre el pueblo cristiano ha estado junto al Papa, bien pegados a él. Por eso, rezamos por él todos los días. En primer lugar en la santa misa y luego a lo largo de la jornada. Hemos de procurar amar mucho al Papa y que la enseñanza del Romano Pontífice llegue a todos los rincones del mundo y llevar todos los rincones del mundo a Roma.
En este año jubilar, muchas personas acuden a Roma conscientes de que también pueden invocar la indulgencia jubilar en el lugar donde se encuentran. Pero junto a la tumba de San Pedro es distinto.
Me conmovió que el otro día un cardenal afirmara, que no estamos eligiendo al sucesor de Francisco, sino al sucesor de Pedro. Por eso todos los cristianos vivimos aquello que me decía San Josemaría: “Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam” es decir, todos con Pedro, con el Papa, a Jesús a través de la Virgen.
Que no nos falte cada día, la oración por el Papa, quien quiera que sea, y el empeño por conocer todas sus enseñanzas y darles a conocer a los demás como camino cierto para encontrar a Cristo, siempre bajo la protección de nuestra Madre Santa María, Madre de la Iglesia.
Carlos Cremades Sanz-Pastor