Pienso que la elección del nuevo Papa ha sido todo un acontecimiento mediático y universal, no recuerdo tanto revuelo en torno a la elección del sucesor de Pedro. Quizás el afán por influir en el cónclave ha disparado las expectativas sobre la elección, los deseos de que el elegido coincidiera con la línea de pensamiento de cada medio, periodista o influencer. Vi un meme que un párroco colocó en su iglesia, decía: “Tú, que nunca pisas la iglesia, quieres entrar en el cónclave”. Todo el mundo se ve con derecho a pontificar sobre quién será el próximo pontífice.
El Papa no es solamente un hombre vestido de blanco, un hombre bueno, un defensor de los más débiles, el jefe de la Iglesia Católica; es el sucesor de Pedro. En concreto, es el número 267. No creo que haya muchas instituciones tan asentadas como el papado. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo», le dijo Jesús.
En la figura del Papa hay siempre algo mágico, especial, sobrenatural y divino: la asistencia del Espíritu Santo. Los papas son de carne y hueso, como lo fue Pedro, pero lo verdaderamente importante es que Dios está detrás, delante, dentro y fuera de ellos. Esa es la grandeza que los distingue de cualquier líder humano.
La tarde del 16 de octubre de 1978, en la que fue elegido san Juan Pablo II, tuve la suerte de estar en la plaza de San Pedro, pues estaba viviendo en Roma preparándome para ser sacerdote. En ese anochecer noté cómo el Espíritu asiste a su Iglesia. Dijo el Papa: “Todos estamos apenados todavía por la muerte de nuestro amadísimo Papa Juan Pablo I. Y he aquí que los Eminentísimos Cardenales han designado un nuevo Obispo de Roma. Lo han llamado de un país lejano…”, en ese momento, toda la plaza exclamó a una sola voz: “No, tu sei romano”. Todos sabíamos que el Papa es el obispo de Roma y, por lo tanto, romano.
«Amad mucho al Santo Padre, que es, en nombre de Dios, signo y causa de unidad en la Iglesia: sed docilísimos a sus enseñanzas y a todas sus disposiciones. Y, en cada diócesis, amad al Obispo y rezad mucho por él, para que el Señor le ayude con su gracia a llevar tan gran peso, y se fortifique siempre más la unión de todos con Pedro, el Sumo Pontífice. Ubi Petrus, ibi Ecclesia: donde está Pedro, está la Iglesia», decía el beato Álvaro del Portillo. Santo Padre, le queremos y vamos a estar muy unidos a usted.
Ahora que tenemos por pastor a un León, nos toca ser buenas ovejas, de las que escuchan y están atentas a sus silbidos amorosos. Pidamos que todos escuchemos la voz de Pedro, pidamos que sea muy santo, tanto como san Pedro, de modo que el roce de su sombra nos sane y cure, como cuenta el libro de los Hechos: “Y sacaban los enfermos a las calles y los ponían en camas y camillas para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra los cubriera.”
Sus primeras palabras son muy animantes: “Querría que este saludo llegara a todos vosotros, a toda la tierra. La paz esté con vosotros… Una iglesia misionera que construya puentes y diálogo, llevándonos a todos a ser un solo pueblo siempre en paz. Debemos caminar juntos como una Iglesia unida, buscando siempre la paz y la justicia, trabajando como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo a anunciar el Evangelio y a ser misioneros. Debemos buscar juntos ser una iglesia misionera, una iglesia que construye puentes y el diálogo, siempre abiertos a recibir a todos aquellos que necesitan nuestra caridad y nuestra presencia.”
Estrenar Papa es una ocasión de renovar nuestra fe, nuestra adhesión a Cristo y a su Iglesia. Una buena ocasión para anunciar el Evangelio con valentía y alegría al mundo entero. ¡Bienvenido, querido León XIV!
Juan Luis Selma