Decía Oswald Spengler, a principios del siglo XX, que: “El cristianismo es el abuelo del bolchevismo”, en clara referencia al declive y la secularización que la religión iba a sufrir a lo largo del siglo que vivió. Las dos grandes guerras mundiales, seguidas del auge del comunismo-marxismo en el este de Europa, hicieron ver que el hombre no tenía la suficiente capacidad de entendimiento y condujeron a una pérdida de valores, que hoy en día sufrimos de forma grave.
Bien es verdad que el proceso de secularización de Europa comenzó con la Ilustración en el siglo XVIII, pero también lo es, que se equivocaron por estar pasando de una forma mucho más lenta de los que los ilustrados predijeron y, por estar desarrollándose de una forma mucho menos radical de lo que ellos vaticinaron.
Una de las barbaridades más repetidas por los herederos de la Revolución Francesa fue la máxima que instaba a que el último rey fuese ahorcado con las tripas del último cura. Afortunadamente, el aserto no pasó de ser un salvajismo verbal.
A la anterior intención, se sumaba la idea de que la interpretación peculiar de la existencia humana que defendía el cristianismo, fuese sustituida por otra interpretación racional del hombre. La verdad es, que el cristianismo a medida que ha ido perdiendo apoyo en las sociedades avanzadas no ha sido sustituido por nada.
La verdadera intención de la Ilustración, fue que las respuestas que la religión daba sobre Dios, la libertad y la moral, fuesen respondidas por un conjunto de respuestas ateas. Erraron en su pronóstico, no por haber encontrado respuestas desde su punto de vista, sino porque la sociedad actual prácticamente no se hace preguntas en este sentido.
El humanismo que a ellos les hubiese gustado, no existe en nuestra sociedad; el hombre es simplemente no teísta, sin ninguna pretensión más. Los herederos de Voltaire y los enciclopedistas ilustrados, no son nada más de dos siglos después. Por este motivo, una única doctrina alcanzó la categoría de religión, en la medida que ofreció una interpretación de la existencia humana en el mundo: esa doctrina es el marxismo.
Hoy el día puede parecer extemporáneo y anacrónico el uso del término marxismo. Los responsables de esta doctrina se preocuparon de limpiar la cara a la lacra que supuso en el siglo XX la implantación de esta ideología, sobre todo a partir de la caída de la antigua Unión Soviética. Pero sus tentáculos siguen acechando con otros nombres y actitudes como el feminismo radical y su principal filial que es la ideología de género, el indigenismo, el racismo (donde no lo hay), el cambio climático, etcétera.
Estos movimientos pretenden imponer lo que el marxismo ya postuló: que cada individuo se encuentre a sí mismo con una identidad social dada. Se le asigna un papel que defina su situación dentro de unas relaciones sociales, y este papel, será el constituyente de su vida.
En definitiva, alienación a gusto del tirano de turno, que en la actualidad será una ONG con fines no muy claros, una asociación sectaria ecologista, movimientos como el “me too”, el hoy apagado “BBK” (Black Lives Matter) y muchos otros.
La realidad es que ningún movimiento, asociación u ONG puede reemplazar la función de la religión. Por falta de interés, ya que lo que no pueden permitir es que el individuo adquiera la capacidad suficiente para identificarse y, asuma la libertad que debe tener para hacer lo que en realidad quiera hacer.
El contraste es demasiado grande cuando se compara lo que la sociedad le dice a uno lo que debe ser y lo que la religión le dice que es, aquí radica la capacidad de crítica y de colaboración con los demás. La carencia de religión en las sociedades industrializadas provoca un reduccionismo que las aboca a no conocer todas las posibilidades que deberían tener a la hora tomar decisiones y cambiar la sociedad.
José Carlos Sacristán