Antes de ser concebido fui un pensamiento de Dios

Cambiar el mundo

Sin Autor

Antes de ser concebido, fui un pensamiento de Dios. Por medio del poder creador del Señor, vine a la vida y sabemos que Él es quien nos sostiene a cada instante de nuestra vida terrena, como dice una parte del Prefacio de los domingos durante el año VI o “El anticipo de la Pascua eterna” del Misal Romano:

“En Ti vivimos, nos movemos y existimos”

Aunque esta verdad resuena en nuestro corazón, está en lo más profundo del ser, no siempre es fácil percatarse de ella. Estamos rodeados, vivimos inmersos en el mundo y este, desordenado por el pecado original, nos convence de que el valor está en lo que hacemos, en la producción constante, en los resultados.

La confusión de ser con hacer tiene por consecuencia la creencia de que el valor de las cosas y las personas está en lo que puedan rendir. De esta forma, se instala la lógica de descartar lo que no tiene capacidad productiva. Se proponen aborto y eutanasia como soluciones a un “problema” (no producir), así como elegir una carrera o profesión rentable y no otras como las artes porque “son inútiles” y “los artistas mueren de hambre”.

Ser don es la verdad arqueológica que cada persona esconde y debe excavar para descubrir en su interior que es un ser creado, fruto de un pensamiento; es hijo, que viene de Dios hecho a su imagen y semejanza; es soñado como individual y único; y profundamente amado, elegido, visto y reconocido.

Soy don en mí mismo. Y soy don para los demás, aunque yo esté desde una cama postrado en estado vegetativo. Ser don para los demás no es hacerles favores. Mi sola existencia glorifica a Dios. Ahora bien, tener capacidad para hacer cosas y estar postrado en cama sería irresponsable porque tengo dones para desplegar y es bueno que lo haga. Pero ser creado con dones particulares no es condición necesaria para obtener un valor, porque el valor es intrínseco a cada persona, viene con la existencia y el alma humana infundida por Dios.

El valor, al ser intrínseco, no es cuantificable ni susceptible de cambios, es decir, no se aumenta con actos. Sin embargo, cuanto mayor sea mi semejanza al Señor, cuanto más estén unidas mi voluntad con la Suya, más se descubrirá mi ser-don. Aquí la clave será pensar en los actos que susciten ocultar o descubrir el “ser-don”. Se propone la siguiente imagen para explicar esto: Dios es como el Sol, fuente increíble y potente de luz, y nuestra alma brilla si se expone a que la toquen sus rayos, o se ensombrece si se oculta bajo una sombrilla.

Finalmente, si soy un pensamiento de Dios, creado por medio de su Palabra a su Voluntad, cuanto más realice el sueño que Él tiene para mi vida, mi identidad de ser-don se hará más palpable.

María Cruz Machinandiarena