El otro día tuvimos un encuentro de capillas de la pastoral universitaria de Madrid. Mi conclusión fue: «gracias, Universidad».
Decir esto, para muchos, puede significar agradecimiento a profesores, a aquellos que pensaron un pedazo edificio con mazo sitios donde pasar tiempo, a la bolsa de empleo, a los seminarios y charlas, a las pedazo prácticas, al curriculazo que se te queda con el nombre de la universidad… Y un largo etcétera de vida universitaria.
Pero, antes de que mi Universidad se venga arriba, yo solo quiero dar gracias por lo más valioso que tiene: la capilla. Sí, esa que a veces luchan por quitar, ignorar, silenciar… Sí, esa, eso. Quiero dar gracias por cada una de las personas que se acercan a rezar, que se apuntan y organizan los planes, que hacen comunidad; y, por supuesto, a los capellanes, que dan la vida cada minuto que están en la universidad y cada minuto en el que no pueden estar en ella. Gracias a todas esas personas cuya presencia es una guerra en la que Cristo es Bandera, Baluarte y Capitán. Y GRACIAS, en mayúsculas, a NUESTRO SALVADOR. La capilla de cada una de nuestras universidades sigue hoy en pie porque hay gente que se deja liar por Él. Lo dijo el Papa Francisco hace doce años en Río:
«Hagan lío y organícenlo bien. Un lío que nos dé un corazón libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos dé esperanza, un lío que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí, es mi fortaleza».
Con toda sinceridad, cuando uno se adentra en el mundo universitario con sed de Verdad y espíritu de apertura a los demás, lo más probable es que se lleve un chasco: pocos luchan a contracorriente contra el pensamiento único que se nos impone y el individualismo ha engañado demasiado a las personas. Pero este año estamos aprendiendo, de la mano de la Iglesia, a ser peregrinos de la esperanza, ¡y yo lo noto! Estoy pudiendo comprobar cómo el verdadero espíritu de la universidad tiene un refugio en todos los que nos reunimos en nombre de Jesús, porque ahí está la Verdad (cfr. Mateo 18, 20). El deseo de acercarse a Él fue lo que inspiró su creación y pretender su laicización es solo una manera de adulterarla.
En la capilla se encuentran un espíritu de supervivientes: huir del individualismo y buscar comunidad, huir de lo que nuestros ECTS marcan como “estrictamente necesario” y buscar una formación integral, huir de la transformación del tiempo en dinero y buscar la transformación del tiempo en virtud, huir de lo superficial y buscar la Verdad profunda que ansían nuestros corazones, huir del desperdicio de cuatro años (o cinco, o seis, o siete, o todos los que necesite un ingeniero) y buscar el sentido de nuestra vida. Eso es la Universidad: buscar a Cristo.
Así que sí, gracias, Universidad, porque todavía me permites buscar a Cristo en los 50.000 rostros de personal, profesores, compañeros y amigos; pero, sobre todo, gracias porque todavía me permites buscar a Cristo aquí, en un sagrario. Aunque hagas esto, el trabajo más importante, a regañadientes y aunque lo hagan otros por ti.
Jesucristo es la verdadera luz en medio de la universidad. Si queremos llenar la capilla de Ciencias de la Información de CiU (esto es un llamamiento a movilizarse) o apoyar al sacerdote que acaba de llegar a Filosofía y Letras, hay que ponerse a la escucha de la Voluntad del Señor y moverse, moverse, moverse: llenar la capilla de personas sedientas de amor para que esas personas se llenen de Cristo.
¡Jóvenes católicos, jóvenes universitarios: como cristianos y misioneros, todos, tenemos que dar la vida ya, empezando en nuestras capillas!
Pilar Pujadas.