¿Y esto cómo lo hacemos?

Cambiar el mundo

José Fernando Juan

No ha sido una ni dos veces las que me han preguntado: ¿Y esto cómo lo hacemos? Parece que interesan más los cómos que los porqués. O al menos así se dice. Sería, como bien reflexionó Descartes, un problema de método. En el ámbito pastoral, en la evangelización de la Iglesia, en la acción caritativa, en la celebración comunitaria, ¿no tenéis la sensación de que no siempre se tienen presentes y ajustados el qué y el cómo se hacen las cosas? ¿Hemos perdido el sentido de lo que va ocurriendo y con ello el impulso evangelizador y misionero?

En mis clases de epistemología, que recientemente he afianzado más con la lectura de unos textos y artículos sobre filosofía de la ciencia, se insistía mucho en dos aspectos: los objetivos y los métodos. Ambos, conjugados, permitían una primera aproximación al saber, y dentro del saber general es contemplaban distintos saberes, cuyo objeto venía definido por el método. Es del todo cierto que según el camino que se escoja así de lejos se puede llegar, como también es incuestionable que existe una relación entre el instrumento y el alcance del experimento.

Traspasado a otros ámbitos, sugiero dos cosas. Primero, que revisemos y tengamos claros los objetivos. De nada sirve darlos por supuestos. En no pocas ocasiones, parece que están claros y son nítidos, que se dan por sentado y asentados en la organización o el grupo. Avanzar sin tenerlos presentes es un error. Hace poco, en una reunión para preparar unos actos de celebración escolar, preguntaba por qué se hacían ciertas cosas y ninguno de los responsables sabía darme respuesta. Estaban dentro de la inercia y la costumbre, en la que nadie cuestiona nada, pero tampoco nadie porta una intención clara. Es el bien llamado “activismo” que desalma tantas acciones y las deshumaniza. ¿Cuál es la razón real por la que vivimos, trabajamos, nos movemos? ¿O cuáles son todas las razones y cómo avanzar en clarificar y orientar bien los objetivos para no desangrarnos?

En segundo lugar, con los objetivos bien presentes, cuestionar nuestros modos, nuestras formas, nuestros caminos, nuestros métodos. Aquí nos la jugamos realmente. Efectivamente, no pocas veces, objetivos no descubiertos y clarificados se cuelan por doquier y terminan corroyendo todo y robando el alma. Es la escuela de la purificación del deseo, de la verdad que nos hace libres. Tener los objetivos presentes nos debería provocar una gran reflexión sobre los métodos y maneras que estamos empleando para evangelizar, para fortalecer la comunidad, para hacernos más presentes en la esfera pública y social, tanto como en el corazón de cada persona. Propongo, porque nos puede ayudar mucho, acercarnos más a los textos ya consolidados del Concilio Vaticano II, y no tanto a los periodistas y periódicos que nos dicen lo que deberíamos pensar, como también Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y Evangelii Gaudium de Francisco. Son textos asequibles que, sin duda, nos ayudarán mucho a afianzar los objetivos como a revisar la correlación que tienen con los métodos. Si los objetivos marcan el horizonte, el método es el que deja huella más profunda.