La pasada semana fui a Sao Paulo, Brasil, desde Barcelona con cambio de avión en Madrid para tomar parte en un congreso sobre pragmatismo. Tanto el viaje de ida como el de vuelta fueron estupendamente bien, sin ningún incidente extraordinario reseñable. Además, el congreso fue excelente.
Sin embargo, y es el punto al que quería llegar, los viajes en avión, las conexiones, el equipaje, los posibles retrasos, las llegadas difíciles, etc., ocupan insistentemente mi imaginación antes de iniciar un viaje hasta causarme una cierta tensión. Los viajes internacionales que hace treinta años me llenaban de ilusión, ahora me generan una considerable ansiedad. Quizá sea un rasgo de la vejez el que quienes vamos cumpliendo años nos agobiemos por muchas de las cosas que antes hacíamos despreocupadamente.
El problema se encuentra en la imaginación que basándose en nuestra previa experiencia, anticipa apresuradamente todos los líos que pueden sucedernos al salir de nuestra zona de confort. Sin embargo, la experiencia enseña también que la mayor parte de las veces los viajes van perfectamente bien, como en mi último viaje a Brasil.
Mi recomendación para intentar domesticar la ansiedad desbocada es la de escribir sobre ella como hago ahora aquí. También me da buen resultado el rezo tranquilo del rosario.
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* Jaime Nubiola es profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Navarra, España (jnubiola@unav.es).