Este verano tuve ocasión de escuchar una conferencia de Alfredo Cruz Prados, profesor de Filosofía Política y de Historia del Pensamiento Político, sobre las buenas maneras, cuya importancia, constataba el conferenciante, ha decaído en la sociedad actual. Me pareció que abordaba el asunto desde una perspectiva profunda y novedosa, y me gustaría compartirlo con vosotros.
No hay ética sin estética. Lo moral tiene su exterioridad, se manifiesta al exterior de alguna manera, y esta, como todo en esta vida, puede ser mejor o peor. Lo ideal es que lo exterior de lo moral responda a su bondad interior y, por tanto, que sea bello, aunque no siempre se logra.
Ya he contado alguna vez la anécdota de aquel catedrático de Estética (una rama de la filosofía) al que, tras pronunciar una conferencia sobre la importancia del buen gusto, una mujer del público le quiso enmendar la plana negando su tesis principal, y rubricó su intervención diciendo: “oiga, pero sobre gustos no hay nada escrito”. El catedrático, con toda paz, le contestó: “sobre gustos hay mucho escrito, señora. Lo que pasa es que usted no lee nada”.
Alfredo Cruz da dos razones para explicar el decaimiento de las buenas maneras tanto en la familia como en la sociedad:
- Por un lado, una falsa concepción de la espontaneidad. Coincido con él. Se piensa que lo natural en el ser humano es lo que sale espontáneo, lo emocional, como si no tuviéramos inteligencia. La espontaneidad no consiste en dejarse llevar, eso es la tiranía de las tendencias. La espontaneidad es una conquista, y se consigue de verdad cuando uno logra que le salga sin pensar lo que él realmente es y quiere ser. Hay quien piensa que las buenas maneras, las convenciones sociales restan espontaneidad y alientan la hipocresía, pero, como explicó el conferenciante, lo malo de la hipocresía no es la virtud que finge, sino el vicio que oculta. No es siempre un hipócrita, por ejemplo, el que finge algo que no siente para no herir al prójimo. A lo mejor es simplemente alguien que está luchando por ser más caritativo. Y eso, con el tiempo, es la virtud.
- Por otro lado, la mentalidad utilitarista, que lleva a la vulgaridad. Esta mentalidad desprecia lo propio de la naturaleza humana, que es capaz de fijarse en los fines no inmediatos. Para un utilitarista, ceder el paso es ralentizar el flujo de personas; la sobremesa es una distracción de la ingesta de nutrientes; el fin del vestido, cubrir el cuerpo; y el de sentarse, conseguir el reposo anatómico, de modo que lo procedente es llevar a cabo todos estos actos de la manera más eficiente, es decir, no ceder el paso, prescindir de la sobremesa, vestir como a uno le viene en gana y sentarse repantigado. Esta mentalidad incapacita para buscar los bienes más elevados, entre ellos, la caridad, el respeto y el crecimiento espiritual.
Según el conferenciante, la conveniencia de las buenas maneras se asienta en tres principios:
- Somos seres corporales. En nosotros, lo exterior muestra lo interior y, a menudo, conviene ‘guardar las apariencias’ porque las apariencias nos guardan a nosotros y evitan que mostremos lo peor de nosotros mismos. La apariencia no está reñida con la realidad; al contrario, es el modo como la realidad se muestra. No hay realidad sin apariencia. La apariencia nos ayuda a mejorar o a empeorar el interior que protege, pues la vulgaridad de los modales acaba haciendo vulgar el corazón.
- Somos seres sociales. Respetar a los demás significa no perder de vista a los demás, mirarlos con cuidado, con intención de cuidarlos. El que al vestirse solo tiene en cuenta la temperatura, la comodidad o la prisa, no tiene en cuenta a los demás. El que no viste bien en una celebración no cuida al que le ha invitado porque no contribuye al carácter especial que quería darle. Esto no implica perder personalidad, salvo que se tenga una personalidad solo ‘aparente’, pues no se tiene personalidad cuando se desprecian las formas exteriores, sino cuando se marca un sello particular en lo exterior que compartimos.
- Somos seres culturales. Un hombre culto, cultivado, es aquel que es capaz de salir del egocentrismo animal. El animal solo ve el entorno en función de sus necesidades vitales. Un león no es capaz de extasiarse ante un ciervo porque solo ve alimento. El hombre culto sí es capaz.
Es cierto que las formas que nos proporciona nuestra naturaleza son convencionales y muchas las decidimos por consenso o nos vienen dadas por la costumbre. Dependen de muchos factores y son mudables, pero hay que partir desde ellas mismas. Por ejemplo, no hay un lenguaje natural al ser humano. Sin embargo, gracias a un lenguaje determinado nos podemos comunicar en cada lugar y nos hacemos presentes. Si lo despreciamos, simplemente, nos hacemos ausentes. No estamos, no comparecemos ante los demás con nitidez. El vestido, las normas de educación, las formas exteriores son también lenguaje. Y con este lenguaje decimos lo que significan las formas que elegimos. Si voy a una boda en chándal, digo que me importa un pimiento; si voy a una entrevista de trabajo en bañador, transmito que ni el trabajo ni la cultura de esa empresa me interesan realmente y ya estoy esperando las vacaciones.
La personalidad, por tanto, no se logra emancipándose de las formalidades y convencionalismos, sino utilizándolos bien.