Me encantó el pasado lunes tener ocasión de almorzar en el Ateneu Barcelonès con un respetado colega, profesor de filosofía de la Universidad de Barcelona. A lo largo de dos horas hablamos de muchas cosas. Mientras tomábamos café en el encantador y amable jardín del Ateneu compartimos nuestros proyectos escritores. Me causaron admiración sus ganas de seguir trabajando, esto es, de seguir escribiendo, más aún cuando ahora los dos estamos ya jubilados.
Uno de sus grandes proyectos escritores es un grueso volumen sobre «Universo y sentido», pues la gente —me decía— tiene una gran «hambre de sentido». Es así. Me impresionó esa expresión, pues refleja muy bien cómo la sociedad consumista en boga es incapaz de satisfacer las más hondas aspiraciones de los seres humanos. Estamos siempre en busca de sentido para nuestra vida y ni las riquezas ni los placeres, ni por supuesto el reconocimiento social son capaces de llenarnos.
En particular, llamó mi atención el término «hambre» («fam» en catalán) por su carga fisiológica, sensible. El ser humano, ese junco que piensa —como escribió Pascal—, y que ama —me gusta añadir a mí— necesita vitalmente comprender el sentido de su existencia y ser capaz de explicárselo a los demás. Somos contadores de historias y necesitamos ser capaces de contar nuestra vida como una historia con sentido.
Me trajo a la memoria lo que leí hace unos meses en el libro «El arte de cultivar una vida con sentido» (Urano, Barcelona, 2017) de la iraní-estadounidense Emily Esfahany Smith: «La búsqueda del sentido no es una iniciativa filosófica que realizamos en solitario, como suelen presentarla y como creía yo cuando iba a la Universidad, y el sentido no es algo que creamos en nuestro interior y para nosotros. El sentido se encuentra en los demás. Solo concentrándonos en otras personas podremos construir el pilar de la pertenencia para nosotros y para los demás. Si queremos encontrar sentido en nuestra vida no podemos encerrarnos en nosotros mismos» (pp. 98-99).
Los cristianos sabemos que —como enseña el Catecismo, n. 68— «por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre» y que así nos ha dado «una respuesta definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre el sentido y la finalidad de su vida».
Can Nadal, Girona, 10 de mayo 2024.
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* Jaime Nubiola es profesor emérito de Filosofía en la Universidad de Navarra, España.