Javier Pereda Pereda

Con motivo del 19º aniversario del fallecimiento de san Juan Pablo II, la Santa Sede ha publicado una Declaración sobre la dignidad de la persona humana.

En “Dignitas infinita” se manifiesta la dignidad de toda persona, en referencia a la afirmación de san Juan Pablo II en un encuentro con personas con discapacidad en la Catedral de Osnabrück. La lectura y el estudio de este documento parece muy oportuno y aconsejable en el momento actual que atraviesa la sociedad.

Estas recomendaciones pueden ayudar para abordar las principales cuestiones antropológicas que se plantean en las legislaciones de todos los Estados del mundo, dignidad que tendrían que proteger y garantizar.

El documento ha sido elaborado durante un largo periodo de cinco años por el Prefecto y Secretario del Dicasterio de la Doctrina de la Fe, y posteriormente fue aprobado por el papa Francisco el 2 de abril pasado. Después de varios borradores, este escrito se ha publicado por el mismo departamento de la curia romana que elaboró “Fiducia Suplicans”, lo que ha generado ciertas expectativas críticas.

Los interesantes temas que afronta tienen carácter universal, pues van dirigidos a todos los hombres de cualquier ideología y religión, creyentes o no, pues se trata de considerar la dignidad inalienable del hombre, “más allá de toda circunstancia”. Esta dignidad ontológica que tiene cada mujer y cada hombre, han sido recogidos en distintas legislaciones, y de forma especial en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, por la Asamblea General de Naciones Unidas, ahora que acaba de celebrarse el 75 aniversario.

De forma expresa se indica que los asuntos que enumera no tienen carácter exhaustivo y suponen violaciones graves de la dignidad humana. Así, el orden de exposición de las trece candentes materias —sin atenerse a un criterio de mayor a menor importancia— es la siguiente: la pobreza, la guerra, los emigrantes, la prostitución (trata de personas), los abusos sexuales, la violencia contra las mujeres, el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y el suicidio asistido, el descarte de personas con discapacidad, la ideología (teoría) de género, el cambio de sexo y la violencia digital.

El texto de 19 folios, contiene 116 citas, las más numerosas son del papa Francisco, y especialmente de la Encíclica “Fratelli tutti”, que es nombrada en veinticuatro ocasiones. Además, la Exhortación “Evangelii gaudium”, la Encíclica “Laudato si”, la Exhortación “Amoris laetitia” y distintos Discursos a miembros del Cuerpo Diplomático.

También recogen referencias de otros papas como Pablo VI y Benedicto XVI con el famoso Discurso en Westminster Hall, la Encíclica “Caritas in veritate” y otros insignes Mensajes. Tampoco faltan las referencias al Concilio Vaticano II y especialmente a la importante Constitución Apostólica “Gaudium et spes” que, al menos, sale a colación en diez ocasiones, así como la Declaración “Dignitatis humanae”.

Si tuviera que destacar alguna mención especial, en mi opinión, señalaría la de san Juan Pablo II, el segundo pontífice más nombrado, en la Encíclica “Evangelium vitae” (1995) en su punto 58, que no tiene desperdicio alguno; la Encíclica Sollicitudo rei sociales” y “Redemptor hominis”; la “Carta a las mujeres” y el Catecismo de la Iglesia Católica, que mandó elaborar durante su prolífico pontificado.

Así, en este referido apartado indica: “entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosa crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y entre el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida”.

Aunque hayan transcurrido más de treinta años, se anticipa a los síntomas de decadencia que atraviesa la sociedad, que legisla contra los derechos fundamentales del hombre, identificables con la razón y en la naturaleza.

Resulta gratificante una primera lectura de esta Declaración, en la que invita a reflexionar sobre la importancia de la dignidad de todas y cada una de las personas, especialmente las más desprotegidas y necesitadas, a las que una sociedad insolidaria tiende a descartar. Al reconocer la dignidad humana se consolidan sus derechos fundamentales, que preceden y sustentan toda convivencia civilizada.