Una Europa sin niños

Cambiar el mundo

Sin Autor

Se ha convertido ya en un lugar común hablar de la profunda crisis demográfica que padece Europa, como “cuna” de la civilización occidental. Hasta la ministra socialista de Igualdad reconoce que el problema más grave al que se enfrenta su ministerio es el problema de la maternidad. A buenas horas, mangas verdes, que dice el refrán español.

Recuerdo una película que vi de pequeño, Chitty Chitty Bang Bang (1968), en la que los protagonistas viajaban en un coche volador a un mundo mágico en el que los malos habían hecho desaparecer a los niños, un oscuro mundo sin niños y plagado de adultos tristes. Es significativo que en el año que da nombre a la célebre revolución sexual se estrenara una película que está resultando ser profética, aunque sólo sea en este sentido.

Estamos llegando a las últimas consecuencias del ideal de la Ilustración, la autonomía absoluta del individuo, especialmente de Dios y de los demás. Con el aborto y la eutanasia libres, la autodeterminación de género y la multiplicación sin límite de modelos de familia, ya estamos llegando a la sociedad deseada por los ideólogos del mayo francés y sus sesudos antecesores y sucesores: una sociedad repleta de individuos aislados, con muy pocos niños y con la salud mental de jóvenes y adultos cayendo en picado. Puede ser la hora de preguntarnos si ha llegado el momento de desandar la errónea senda recorrida.

También hay que decir que, gracias a Dios, no toda la sociedad ha seguido este camino. Como la querida aldea de los galos de Astérix, algunas personas han seguido y siguen apostando por intentar vivir una sana antropología cristiana, que tantos buenos frutos ha dado y sigue dando en la actualidad. Héroes cotidianos que, contra las modas dominantes, han apostado por la familia y por la vida y recogen ahora sus dulces frutos en la ancianidad. Aquellos que han apostado por tener familias numerosas (hasta el nombre quieren ahora quitar porque su mera existencia es una bofetada a su modelo cultural), muchas de ellas a base de grandes sacrificios y austeridad de vida, han aguantado muchas incomprensiones por parte de sus maltusianos y poco lúcidos coetáneos.

Ahora resulta que el futuro es oscuro para las pensiones, que mucha gente se encuentra sola, que no tenemos relevo generacional, que en algunos sitios no les gusta que ese relevo sólo venga de la inmigración, que hay muchas mujeres que se dan cuenta demasiado tarde que quieren ser madres, que hay muchos niños maleducados por padres demasiado mayores y sin fuerzas suficientes para educarlos. Qué curioso.

Pero no hay que perder la esperanza. La salvación siempre ha venido, como dice la Biblia, de un pequeño “resto de Israel”. O como dijo el gran Chesterton, “a cada época la salva un pequeño puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales».

SANTIAGO LEYRA-CURIÁ