Eurovisión

Cambiar el mundo

Javier Pereda Pereda

Resulta interesante hacer un análisis sobre la evolución cultural del Festival de la Canción de Eurovisión durante estos 63 años. La RTVE ha seleccionado para representar a España este año en Malmö (Suecia) al grupo “Nebulossa”. Lo forman un matrimonio alicantino: María Bass (55 años) y Mark Dasousa (47 años); tienen dos hijos, trabajan de peluqueros y ella fue su niñera.

El título y la letra de la provocativa canción, “Zorra”, ya ha conseguido de forma “muy taimada, astuta y solapada” (2ª acepción del DLE) lo que buscaba: un polémico debate social. Como diría Oscar Wilde: “que hablen de ti, aunque sea mal”. Se trata de un canto a la ideología “woke” que pretende sorber y soplar, empoderar y criticar a las “zorras”; 7ª acepción despectiva y malsonante del DLE: prostitutas, furcias o rameras. Hasta que han llegado quienes defienden la dignidad de la mujer y señalan la contradicción de un feminismo que no tiene ni zorra idea.

Resignificar el término “zorra” como “divertido” —así ha pretendido congraciarse algún relativista—, no tiene gracia; porque se banaliza el insulto más frecuente a las mujeres por el machismo burdo y zafio. Por ello, exigen retirar esta canción de Eurovisión —no lo veremos—, pese a que superó el filtro normativo, que no permitía mensajes que promuevan causas políticas o religiosas, ni la exposición de desnudez en los escenarios.

Pero la hipocresía de las libertinas instituciones europeas se alinean con la corrección política “woke”, en una oscura “Nebulossa”. Exuda ideología de género su puesta en escena y repugna más que la desnudez, que al menos resulta ordenada con la naturaleza. A la cantante sin voz, le acompañan dos homosexuales o transgéneros con tanga, que se exhiben a modo porno, como Chanel en “SloMo”.

Esa es la basura ideológica de cultura cutre que unas minorías pretenden imponer al resto. Ante tanta frivolidad, chabacanería, obscenidad y hedonismo, habría que preguntarse, con Vargas Llosa en “Conversación en la Catedral”, en qué momento se “fastidió” (mantenemos el nivel) España.

Por contraste, recuerdo cuando sí me sentía representado. Massiel ganó en Londres el primer Eurovisión en 1968, con la inolvidable “La, la, la”. Entonces se le criticaba —en pleno tardofranquismo— que luciera una falda con un palmo por encima de la rodilla; todavía se conservaba el concepto del pudor y de la modestia.

Al año siguiente, en Madrid, Salomé con un vestido de Pertegaz, azul celeste con flecos y pantalón, revalidó este galardón, con su repetido estribillo de “Vivo cantando”; “Los 40 Principales” reproducían esta sintonía a todas horas.

En 1970 representó a nuestro país en Ámsterdam Julio Iglesias con “Gwendolyne”, bajo la dirección musical de Augusto Algueró. Llevaba un elegantísimo traje azul de anchas solapas, con corbata y los pantalones campana de moda. Quedó en cuarto lugar, pero el ex portero de fútbol del Real Madrid no volvió a repetir. Siguió encadenando éxitos hasta nuestros días, y con sus canciones románticas es uno de los mejores embajadores de España en el mundo. Dos años antes había interpretado “La vida sigue igual”, su primer gran éxito con el que rodó una película con el mismo título; su letra, aunque sencilla, está llena de enseñanzas positivas de la vida.

El linarense Raphael —otro grande de la música—, tampoco consiguió ganar a finales de los sesenta este certamen musical con “Yo soy aquel” y “Hablemos del amor”. La jienense Karina quedó la segunda en 1971. Sus alegres melodías se cantaban con entusiasmo. Buceando en el baúl de mis recuerdos fue una premonición del destino, porque acabaría en esta ciudad. El conjunto donostiarra “Mocedades” consiguió en 1973 la segunda posición con “Eres tú”; canción pegadiza que nos evoca tiempos de la preadolescencia.

Pero la vida ya no siguió igual. Salvo excepciones participarían engendros como Las Ketchup o Rodolfo Chiquilicuatre, que dopados con dinero público difícilmente competirían en el mercado. A través de la cultura, en este caso la canción, la moda, las costumbres, se puede medir la salud ética de una sociedad.

Con la canción “Zorra” se superan todos los pronósticos, porque nos sitúa al nivel de Sodoma y Gomorra. La civilización occidental está hecha unos zorros. Los manipuladores de la ingeniería social actúan con zorrería para cambiarnos la belleza de la dignidad humana por la indecencia irracional de mal gusto que nos rebaja a las bestias.