Resti, un santo varón

Cambiar el mundo

Sin Autor

El sábado 19 de agosto, a las tres de la tarde, la hora de la Divina Misericordia, falleció mi querido amigo Resti. La Santísima Virgen prometió que, aquellos que murieran con el escapulario, Ella misma los recogería cada sábado. Murió cristianamente, con los últimos sacramentos y rodeado de sus seres queridos, tras una vida ejemplar, preparado para que Nuestra Señora del Sagrado Corazón pudiera llevarlo consigo al cielo.

Más de quince años de amistad verdadera, más por su virtud que por la mía; más de quince años siendo compañeros de trabajo, formando parte de una gran familia. Es de justicia, que, a modo de pequeño homenaje, realce con estas letras, la virtud de alguien que, en vida, pasó haciendo el bien, completamente desapercibido. Vaya por delante, que, con toda probabilidad, los que gozaran de su amistad y compañía, serán muchos los detalles que echarán en falta, pero el objetivo real de este breve redactado, es dar un conocer las virtudes de un alma sencilla, que tuvo a Dios como centro de acción.

La sonrisa imborrable en su rostro no impedía que fuera capaz de capaz de silenciar un comedor entero, lleno de adolescentes, con una simple mirada. Se desvivía por sus alumnos, ocupado en ellos, que no preocupado, con una mano izquierda que muchos desearían en la profesión docente. Se le podía encontrar vigilando un patio, sirviendo o limpiando a la hora de comer o captando con tensión y maestría la atención de sus pupilos en cualquiera de sus clases. Alejado del respeto humano, no le importaba en absoluto, dejarse la piel, jugando a fútbol con los alumnos, aunque con ello hiciéramos broma. En pocas palabras, Resti nunca fue un profesor al uso sino un verdadero MAESTRO.

Siempre dispuesto, entregó lo mejor que tenía a su querido Pinar; la comunidad religiosa encontró en él un verdadero baluarte para su labor apostólica y formativa. Las hermanas le confiaron lo más preciado del colegio, sus alumnos, y hasta bien entrada su enfermedad, dio admirables muestras de compromiso y dedicación. Sin estridencias, sin ornato, con sobriedad y austeridad, fue un verdadero ejemplo para sus alumnos y un gran compañero de profesión para los que pudimos disfrutar de su amistad. Jamás, jamás, jamás, oí de su boca una sola queja, fueran cuales fueran las circunstancias. Y si era yo mismo el que me quejaba, con sus palabras y su actitud, los ánimos se veían apaciguados de inmediato.

Alejado de los formulismos y postureos, las conversaciones siempre eran verdaderas. Prestaba atención y mostraba interés en cualquier cosa que le pudieras comentar. Siendo una persona extraordinariamente culta y un banco de datos, fechas y sucesos históricos, podías charlar y preguntar sin rubor, porque con extrema sencillez y claridad, daba las respuestas pertinentes.

La sencillez y el sentido del humor, estarían presentes toda su vida. Con una carcajada contagiosa, reía y hacía reír. En estos tiempos en los que impera el marketing feroz y las modas de todo tipo, sería imposible encontrar un embajador más fiel que Resti, amparado precisamente en esa sencillez: siempre llevaba el mismo calzado deportivo, el mismo modelo, la misma marca. Sus Paredes serían las bambas más famosas de todo Sant Cugat y serían también, objeto de nuestras bromas y risas compartidas

Cada mañana, antes de empezar las clases, en el bosque cercano al colegio, se le divisaba a lo lejos, con un pitillo entre los dientes, cual Clint Eastwood ibérico, con una caja llena de vasos de café, para todos nosotros, que había ido a sacar con la incombustible Mariana. Entregaba su tiempo a los demás hasta en los pequeños detalles, sin esperar nada a cambio.

Fue un verdadero puntal en el colegio: vocación de servicio y abnegación en todas sus tareas eran su santo y seña habitual ¿Falta un profesor? Allí que va Resti, sin que siquiera se lo pidan. ¿Has comido, Javier? Tranquilo, ves a comer que ya vigilo yo el patio.

¿Cuál era la fuente de tanta virtud, entrega y generosidad en él? Cada mañana, a las 7.45, aparecía puntualmente para asistir a la celebración de la Santa Misa con toda la Comunidad. Raro era el día en que, yendo a la capilla, no encontraras a Resti, frente al Santísimo, haciéndole compañía. Largos ratos de Sagrario, postrado, de hinojos, en soledad y en silencio. Vida de parroquia en Sant Cugat, apóstol dentro y fuera del colegio, entendió a la perfección dónde estaba lo realmente importante.

El Señor quiso premiar la fidelidad de su familia, forjada cual hierro candente, en el amor y en el dolor: las vocaciones a la vida religiosa y la enfermedad, compartirían protagonismo. Resti tenía en Núria, su esposa, su complemento perfecto, su ayuda adecuada. El apoyo mutuo en la cruz que el Señor les enviaba, era algo que podía contemplarse a simple vista.

En su recordatorio se recoge una reflexión vívida y sencilla, de su tiempo de enfermedad: “El Señor me está despojando de todo, me está dejando sin nada, como la debilidad de San Pablo. Por eso, esta enfermedad está siendo una lección y también un regalo. Le pido al Señor no perder la fe. Quiero estar con mi familia, pero, ¿dónde mejor que con el Señor? A Él tenemos que llegar todos”.

A esta reflexión final, nos acogemos todos, sabiendo que además de un amigo, tenemos un intercesor en el cielo. Que Dios le conceda el descanso eterno y la alegría por la esperanza de la resurrección a su querida familia.

Francisco Javier Domínguez