Tres herramientas para sobrevivir a la JMJ

Cambiar el mundo

Sin Autor

Por Francisco Javier Domínguez

La primera aclaración al respecto es que para algunos, y me incluyo, es la JMV, la Jornada Mundial de los Veteranos. Sin haber llegado a los cuarenta, estos acontecimientos no los vivo igual que antaño, aunque el espíritu permanezca joven.

Y como herramientas, aunque muchos puedan pensar en crema solar, agua y gorra, hablaremos de las espirituales. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Mientras escribo estas líneas en uno de los pocos cafés que no están infestados de peregrinos, un grupo de polacos pasa cantando alegremente «Tú has venido a la orilla» en su idioma.

Haciendo uso del estribillo, el Señor me ha mirado a los ojos y sonriendo ha dicho mi nombre. Los enamorados y los que un día lo fueron, sabrán lo que se siente cuando la persona amada nos mira a los ojos. Los cursis dirían que tienen mariposas en el estómago pero el Señor, busca algo más que mariposas y nos da algo más que el mejor enamorado o enamorada del mundo: nos entrega su Amor, atestiguado con su Pasión, Muerte y Resurrección. Y por si fuera poco, se queda con nosotros en el Sagrario, cada día.

Esa es la primera herramienta: el Sagrario. Francisco de Fátima, que antes de las apariciones de la Virgen, acortaba las avemarías del rosario, pasaba horas enteras arrodillado ante el Señor, sin querer dejarlo solo ni un instante. A los enamorados puede sucederles a la inversa: una vez pasado el sentimiento inicial, se desinflan si no hay perseverancia y constancia en la voluntad de amar. El amor es algo más que sentimiento. Y ésa es la segunda herramienta: el Amor.

Amar hasta que duela: el amor se mide en tiempo, algo de lo que carecemos si es para entregar a los demás. No es algo subjetivo o poco concreto: quizá, es lo más concreto que podemos encontrar en este mundo. Romeo y Julieta fueron una broma de mal gusto si lo comparamos con el Amor que Dios nos pide. Se demuestra en los detalles, sobretodo en aquellos que consideramos pequeños o sin importancia, aunque en realidad son los que más cuestan, los que requieren de perseverancia y de confianza.

Y éstas son las terceras herramientas: la perseverancia y la confianza. Ir a la JMJ no cuesta; entiéndase, puede costar pero puede ser comparable a los alumnos que en Educación Física en los cursos inferiores, se portan bien: tiene mérito, pero puede resultar más meritorio hacerlo en una clase de aula, justo después del recreo de la tarde. Jesús, antes de su vida pública, vive oculto con sus padres sin que sepamos nada más que eso. De treinta y tres años, conocemos menos de un cinco por ciento de su vida y eso da qué pensar. Lo ordinario es lo diario y es lo que, en definitiva, puede conducirnos a la salvación eterna o a la condenación.

Para vivir cristianamente y sobrevivir a la JMJ, es necesario poner nuestra confianza en Dios, y si no nos sale natural, pedírselo a Él mismo. No suele escatimar en gracias y si nos lo parece, su Madre es infalible. Confianza en Dios y picar piedra: esto es, persevera, perseverar y perseverar con Él.

En resumen: búscate un Sagrario, y aporreando su puerta, sé la voz que grita en el desierto, pidiendo su Amor, su confianza y la perseverancia para vivir tu vida cristiana. Éstas son las herramientas de las que puedes hacer uso en esta JMJ y sobretodo, después de ella.

El cristiano no es un individuo de eventos especiales o esporádicos: Cristo necesita jugadores que lo den todo en los entrenamientos, para que cuando llegue el partido, no nos flaqueen las fuerzas o nos tiemblen las piernas. Y si fallamos, la mejor terapia es encontrarnos con Él, en el sacramento de la penitencia. Será por curas en Lisboa: hay más que policías. Si tuviera que morirme y asegurar mi entrada en el cielo, este sería el mejor escenario. La confesión es la mejor herramienta para el alma. Como el lema de la RAE, «limpia, fija y da esplendor».

Así lo atestiguaba ayer Esther, en su testimonio durante el Via Crucis. Las almas afligidas se recuperan con una buena confesión: es lo que nos vuelve a poner en sintonía con Dios.

Confesemos y comulguemos siempre, sobre todo, estos días,  con verdadera devoción, porque serán la gasolina que nos haga funcionar en nuestro quehacer diario en medio del mundo.