Javier Pereda Pereda

El pasado lunes despedíamos a Ildefonso Serrano-Gámez en la Basílica de San Ildefonso, lugar que frecuentaba para rezar a la Virgen de la Capilla. La Misa funeral, cargada de emoción y de recuerdos, fue una verdadera fiesta espiritual. Las lágrimas que surcaban las mejillas de su mujer, Rosa María, sus hijos, nietos, familiares y amigos eran de alegría, porque pensábamos que la gracia había forjado en él un católico bueno y fiel.

Después de la conmovedora ceremonia le pregunté a otro empresario amigo suyo, Juan Molina Rueda, que definiera en pocas palabras a Alonso. De inmediato —no tuvo que tomarse tiempo— contestó: amor, corazón, grandeza de espíritu, generosidad. Existe un sentir unánime entre quienes lo conocimos de que este galduriense tenía un gran corazón —luchó siempre para que su medida fuera el Corazón de Jesucristo—, solícito para compadecerse y ayudar a los demás.

Sin dejarme llevar por el apasionamiento de la amistad, al reflexionar sobre su vida, confirmo la sensación de haber tratado con “un santo de la puerta de al lado”. Tal vez alguien piense que los santos son personas tan elevadas sobre el mundo que resultan imposibles de imitar.

En Alonso se hace realidad que lo ordinario de cada jornada —familia, trabajo, amigos— lo convertía en extraordinario por poner en ello mucho amor. Desde su Jódar natal se trasladó a Jaén para estudiar la carrera de Magisterio, pero se reinventó en la actividad empresarial con notable éxito.

Su sociedad “Hierros Serrano-Gámez” comercializaba el metal en Andalucía y en otras regiones. También diversificó su negocio con la construcción y la explotación del olivar, lo que generó cientos de puestos de trabajo, que dieron el sustento a muchas familias. Esta sería su gran aportación social —en la provincia con mayor tasa de desempleo de España— junto con la edificación de miles de viviendas.

El compromiso social y cristiano le espolearon a no limitarse a dar a cada uno lo suyo, sino a excederse con generosidad en la práctica de la caridad. ¡Cuántas personas le quedan agradecidas por su ayuda para paliar sus estrecheces! Su amor a la Iglesia lo llevó a colaborar generosamente en conventos con necesidades económicas de Jaén, como las Bernardas, Santa Clara, San Clemente, o el de Beas de Segura, por citar sólo algunos.

Como empresario con profundas convicciones cristianas, sabía que de esos trabajos recibiría, como dice el Evangelio, el ciento por uno ya en esta tierra, sólo con las oraciones de estas comunidades religiosas de clausura. Alonso también era un contemplativo en medio del mundo, al que amaba apasionadamente.

Se apoyaba en una profunda vida interior para desplegar su ingente actividad, que le llevaba a no decir nunca basta. Conocí a Alonso hace cuarenta años. Entonces dirigía un concesionario de automóviles en el polígono de los Olivares, y en sus instalaciones había colocado una visible imagen de “Nuestra Señora de los Opel”.

Mientas charlábamos, dieron las doce del mediodía y se puso de pie como un resorte y comenzó a rezar con voz alta el Ángelus. Entonces entendí que, para manifestar la fe, sobran los respetos humanos. Consciente de la importancia de una juventud rectamente formada construyó varios centros de la Obra: en Jaén, el Club Moraleda y Alomar; en Granada, el Club Montañeros de Estudiantes y Alayos. Su personalidad reunía una mezcla de determinación y, a la vez, de profunda humildad. Presentaba rasgos propios de un gran patriarca.

En su biografía se observan algunos episodios que recuerdan al santo Job. Estoy convencido que le será acortada su estancia en el Purgatorio, porque ha sido purificado con la Cruz de la contradicción. Como afirmaba san Juan de la Cruz, ya habrá sido examinado del amor, por sus numerosas obras. Entre otras, su afán de acercar al Señor a sus amigos y familiares, a quienes animaba a frecuentar el sacramento de la confesión.

En esa antesala del Cielo, estará impaciente por estampar un par de besos —como acostumbraba— a san Josemaría, del que procuró ser hijo fiel, a don Álvaro y don Javier; por abrazar a su hijo Pepe, y al resto de su familia y amigos. Alonso ha encarnado lo que tanto meditó en el primer punto de Camino: “Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor”.