Monotonogamia

Cambiar el mundo

Sin Autor

El otro día estaba pensando cómo podía presentarme en una reunión utilizando las nuevas categorías al uso, que reducen la personalidad al ámbito sexual, y llegué a la conclusión de que yo era un heterosexual de sexo y género masculinos, sexualmente monógamo que practica el poliamor. En efecto, soy hombre, me atrae el sexo femenino y me gusta mucho una mujer en concreto que se llama Loles a la que he entregado en exclusiva mi cuerpo, pero esto no impide que, al mismo tiempo, pueda amar a mucha más gente, empezando por mis siete hijos, mi nuera y yernos, mis nietos, familia, amigos, etc.

Como era de esperar, cuando llegué a la reunión, me había olvidado de la compleja autodefinición y me salió espontáneamente lo de siempre. Dije: soy Javier, estoy casado, y tengo siete hijos. La verdad es que normalmente con esta fórmula me suele entender todo el mundo.

Lo de los siete hijos suscita cierta curiosidad. Recuerdo que, una vez, una persona con mucho desparpajo me espetó: “¿Siete hijos? ¿Eres de Comunidades o del Opus?” Y, mira por dónde, acertó. Si veo caras muy sorprendidas, suelo aclarar que son del mismo matrimonio y, si todavía observo perplejidad en los rostros, añado en palabras más coloquiales que mi monogamia es irrevocable y unipersonal, porque ya me he encontrado con alguno que me ha dicho que él era monógamo sucesivo: o sea, ahora con esta ahora con aquella.

A veces percibo que la gente confunde monogamia con monotonogamia. Se piensan que es más aburrido comprometerse solo con una persona que hacerlo con varias, simultánea o sucesivamente, o, simplemente, no comprometerse. Dejando al margen aspectos morales, les puedo decir por experiencia personal que están muy equivocados.

Normalmente, una relación de amor de vida y de por vida se hace monótona cuando uno no está atento a la persona que ama y quiere amar, sino que está centrado en sí mismo. Es lo que les pasa a los adolescentes: se quieren tanto y se dedican tanto tiempo a ellos mismos que acaban aburriéndose irremisiblemente, porque uno mismo puede llegar a ser soporífero.

Y ahora que viene el mes de agosto y para muchos se acercan las vacaciones, conviene estar muy atentos al riesgo de la monotonogamia.

Una fórmula interesante es, precisamente, descentrarse un poco. A mí me gusta el tiro con arco. Hay unos arcos que funcionan con poleas excéntricas. Las poleas ayudan a doblar las palas. Tienen el eje desplazado, de manera que, aunque al principio cuesta mucho tensar el arco, una vez superado el punto de máxima tracción, la resistencia disminuye sensiblemente, aliviando la tensión de la cuerda hasta un 70%, lo que permite mantener el arco tensionado con menos esfuerzo.

Cuando digo que es muy sano descentrarse me refiero a dos tipos de excentricidades. La primera y más importante, salir, casi diría huir, de uno mismo. Una de las sensaciones más placenteras es tomarse las vacaciones sin grandes expectativas de felicidad personal. Como decía Kierkegaard, la felicidad es una puerta que se abre hacia los demás. Si te olvidas de ti, de esa imperiosa necesidad de ser feliz, te encuentras siéndolo. Es paradójico, pero funciona. Si te vas de vacaciones con los miles de planes que has de cumplir, lugares que visitar, libros que leer, deportes que practicar… y todo gira alrededor de ti mismo, quizás no caerás en la monotonogamia sino en la egotonomía, que es una autonomía egocentrada. O sea, una vida adolescente.

Claro que hay que tener expectativas personales, pero siempre abiertas a los demás y a la sorpresa y, por descontado, como los billetes de avión, hay que diseñarlas siempre con seguro de cambio y de anulación, de modo que, si no se cumplen, no se hunde el mundo y podemos recuperar nuestra felicidad ipso facto.

La segunda excentricidad consiste, precisamente, en salir de lo habitual. Hacer cosas diferentes. Y la mejor manera de lograrlo es hacer como las poleas excéntricas, mover el eje hacia los demás porque si el centro de gravedad sigue estando en nosotros mismos, difícilmente haremos algo diferente. Cuando uno intenta mirar la vida a través de los ojos de su esposa, se le ocurren planes, ideas y detalles de cariño que nunca hubiera pensado para sí mismo. Y, también paradójicamente, suelen acabar siendo los que más disfruta.

Como le sucede al arco de poleas excéntricas, al principio cuesta un poco, hay que ejercer más fuerza y vencer más resistencia, hasta puede exigir hacerse un poco de violencia interior, pero poco a poco, a fuerza de práctica, se alcanza el punto de máxima tensión y, una vez superado, el eje excéntrico actúa y llegamos hasta a olvidarnos de nuestros gustos anteriores.

Feliz mes de agosto a todos.

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes