Multiculturalismo

Cambiar el mundo

Javier Pereda Pereda

La ola de violencia extrema de los islamistas franceses durante la pasada semana, se ha adelantado al 14 de julio que conmemora la Revolución francesa de 1789, con la Toma de la Bastilla. Da la sensación de que la forma de resolver las controversias políticas y culturales en Francia (superar el Antiguo Régimen o acertar con las políticas de inmigración) se realizan mediante la guillotina al rey Luis XVI o incendiando los edificios.

El lema que impulsó aquella revolución de “Liberté, egalité, fraternité”, no se correspondió con los principios invocados. Porque como diría una de aquellas políticas revolucionarias, Madame Roland: “¡Oh, libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Y lo decía antes de ascender el cadalso y que el verdugo manipulara el resorte para que la cuchilla de la guillotina se deslizara hasta seccionar su delicado cuello; todo por denunciar los excesos de aquella barbarie.

En el país de Moliere, Pascal y Descartes han surgido otras revoluciones culturales como la sexual de “Mayo del 68”. Aquí la violencia tiene unos efectos que seguimos padeciendo en la naturaleza humana, que en expresión de Gabriele Kuby representa “la destrucción de la libertad en nombre de la libertad”.

Los recientes acontecimientos revolucionarios en el país galo, traen a la memoria el título de la novela “¿Arde Paris?” de Larry Collins y Dominique Lapierre, en alusión al deseo y pregunta de Hitler a su general Von Choltitz antes de la Liberación de París.

La trágica muerte del joven argelino de 17 años, Nahel Merzouk, con antecedentes penales, que huyó de la policía al ser detenido y sufrió un disparo letal, ha sido la excusa de estas revueltas sociales. Se ha creado un escenario parecido al homicidio del afro-estadounidense George Floyd en 2020 por un policía en Mineápolis, que activó el movimiento “Black Lives Matter”. Cualquier reivindicación en defensa de los derechos humanos serán bien hallados, pero sin el uso de la violencia y de manipulaciones ideológicas, que eliminan la razón.

El alegato del futbolista de ascendencia camerunesa Tchouaméni de que “el gatillo parece mucho menos pesado cuando se trata de cierto tipo de personas”, no deja de ser una percepción, que tendrá que ser contrastada por la valoración judicial. Resultan gratificantes las condolencias del nigeriano argelino Kilian Mbappé con la familia del fallecido, que pueden servir para tranquilizar los ánimos de los adolescentes soliviantados. El país que se enorgullece de tener como divisa la “fraternité” se contradice con su himno “La Marsellesa”, que invita a la lucha encarnizada contra la tiranía.

Qué enseñanza imparte la República en los Liceos cuando de las 4.000 detenciones casi la mitad son menores de edad; han herido a 1.000 policías y bomberos; han incendiado otros tantos edificios y más de 12.000 vehículos; los daños en los establecimientos ascienden a 1.000 millones. De ahí que el presidente Macron haya señalado como responsables civiles de los daños a los padres de los chavales.

Quizás el problema radique en cómo se integran en la República ese 12,6% de extranjeros, en su mayoría de procedencia musulmana, argelina y marroquí, aunque de varias generaciones. No parece que la Republica francesa discrimine a la cultura musulmana, antes bien habría que revisar si las políticas de inmigración son las correctas. La apuesta buenista por el multiculturalismo ha fallado con la cultura islamista.

La coexistencia de distintas culturas antagónicas como la cristiana, musulmana y la judía en España fue una quimera, como refleja la historia. La ensoñación de implementar una Alianza (Diálogo) de Civilizaciones tal y como propugnaba el presidente iraní Jatamí y el turco Erdogan parece menos realista que el Choque de Civilizaciones de Samuel Huntington.

Tampoco resulta segura la tesis de Francis Fukuyama de que Occidente alcanzará la supremacía, cuando ha perdido su identidad. Francia está muy lejos de la que fuera “Hija Predilecta de la Iglesia” cuando adoptó el cristianismo por el rey Clodoveo. Inmersa en el materialismo hedonista ha renunciado a los valores primigenios de Occidente. Poco tiene que ofrecer a sus jóvenes islamistas que aplican la “sharía” y se refugian en guetos étnicos-religiosos, estados dentro de un estado.

El islamismo presenta una visión de la fe-Estado, la razón, la mujer…, antagónica a Occidente, de imposible integración. Como advertía Will Durant: “Una civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro”.