¿Una Europa poscristiana?

Cambiar el mundo, Pascua

José Fernando Juan

Comienza la Pascua, no termina. Se inaugura para la humanidad una historia nueva que alcanza su plenitud en la Resurrección y se extiende progresivamente. En Cristo, la humanidad llega a plenitud. Pero a la humanidad de cada ser humano, generación y pueblo, lo veremos siempre en camino. Con la oportunidad, ciertamente, de vivir como contemporáneos del Señor y recibiendo su Espíritu, pero en camino siempre. No hay todavía plenitud de la historia. Está por llegar.

Occidente, el occidente cristiano, movido por esta vitalidad singular ha crecido en desbordante humanidad. El fruto de la Resurrección más visible y significativo es la reconciliación con Dios y el mundo, como comunidad que peregrina. No la huida, no el aislamiento, como critican los adversarios con la intención de dividir, ningunear y despreciar.

El cristiano de la Resurrección vuelve a Galilea, como ha pedido el Papa que recordemos. No es volver al origen para empezar de cero, sino volver para reconciliar la historia. No es un movimiento de retorno y repliegue, sino de nueva creación. Con una comprensión mayor, con un amor más grande. En la Resurrección se vence la muerte y el cristiano entonces puede vivir el camino del amor hasta el extremo que ha inaugurado el Señor para todos los hombres y mujeres, jóvenes y niños.

¿Será nuestra generación una generación poscristiana? ¿Creeremos esto y hablaremos así a nuestros contemporáneos, como si el Señor Jesús no tuviera ya nada que ver con ellos, solo porque quizá no tengan cierto lenguaje o no sean capaz de interpretar algunas imágenes o símbolos? ¿Se trata de esto? No puede ser. Es más bien al revés, es más bien hacer notar a nuestros coetáneos que Cristo es su contemporáneo más excelente y todos mantienen con Dios, a través de Él, una alianza quizá no todavía confesada. Pero todo hombre seguirá creyendo, buscando apoyo y firmeza, querrá conocerse para encontrar su alma y el espíritu que habita en él.

No hubo una generación atea, porque el corazón del ser humano está hecho para Dios, aunque lo busque de formas confusas, oscuras e insuficientes.

No hubo una generación atea, porque el corazón del ser humano está hecho para Dios, aunque lo busque de formas confusas, oscuras e insuficientes. No hay tampoco una generación que pueda perder su vínculo con el cristianismo, porque el cristianismo es la forma de esta humanidad peregrina y en él hunde su raíz, su aliento y su deseo más profundo.

No hay cultura que no mantenga un diálogo, aunque sea secreto y callado, con la plenitud de la humanidad, propia y del otro, y que, por tanto, no se abra de par en par al amor y a la dignidad del otro. No hay justicia, ni solidaridad que se sustente solo en estructuras y momentos especiales, y que para ser real no alcance o quiera alcanzar a todo momento y situación cotidiana en el que una persona sufre.

Transmitir a la siguiente generación la cultura y la comunidad que puedan hacer propicio el nacimiento y desarrollo de la fe es nuestra responsabilidad.

El ser humano, pese al auge digital y el imperio de la tecnología, volverá una y otra vez a sentir ansia por el trato cercano y el encuentro sincero con el otro. Para ser reconocido, como es. Y también para amar, con todo lo que eso pueda significar. Dicho más sencillamente, como la historia nunca ha sido plenamente cristiana, aunque algunos testigos particulares hayan probado intensamente la santidad que Dios desea para todos sus hijos, tampoco puede haber una historia poscritiana. Transmitir a la siguiente generación la cultura y la comunidad que puedan hacer propicio el nacimiento y desarrollo de la fe es nuestra responsabilidad.

Nuestra gran responsabilidad de evangelizar, haciendo nuevas todas las cosas a la luz de la Resurrección, como cooperadores con Dios en su deseo por salvar y llevar a plenitud la vida que ya ha donado a sus hijos generosamente. ¿Dejaremos de transmitir valientemente la fe, al modo como los primeros cristianos de Hechos de los Apóstoles asemejan su vida a la de Cristo? Durante la cincuentena Pascual leeremos diariamente este libro. ¿Lo meditaremos también y lo haremos nuestro?