El nasciturus se ha vuelto invisible

Cambiar el mundo

Sin Autor

El aborto vuelve a ser noticia estos días en España a raíz sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre la vigente ley de 2010. Pero en la mayoría de las informaciones ni se habla de la primera víctima del aborto, que es el nasciturus, el concebido por nacer, alguien que se ha convertido en invisible para nuestra sociedad incluso cuando de lo que se discute es sobre su vida.

El no nacido ha pasado a ser el gran desconocido; pareciera que el aborto no tiene nada que ver con él. Este dato muestra uno de los efectos más terribles de toda ley del aborto: la banalización de la vida del nasciturus en la conciencia colectiva.

Se va perdiendo la conciencia de la fuerza normativa de la realidad; en este caso, dela realidad de una vida humana cuya supresión se da por legítima a priori, aunque se discutan los detalles al respecto. Incluso hemos sido testigos de cómo la propuesta de proporcionar a la mujer la posibilidad de recibir información ecográfica sobre su bebé ha sido considerada escandalosa y coactiva.

Tal y como ha ido evolucionando la legislación el plano deslizante que generan estas leyes, tanto las del aborto como las de eutanasia, se demostró real: inicialmente se aprueban para casos extremos y progresivamente se amplían a cada vez más casos, hasta convertir la excepción en un derecho irrestricto y financiado por el poder público.

Y luego, como es un derecho, se extiende a las menores (¿cómo privarlas de un derecho?), se penaliza la objeción de conciencia de los sanitarios (¿cómo permitir que se opongan a un derecho legalmente garantizado?), se rechaza la información a la madre sobre su bebé como coacción a su derecho a abortar y se suprimen los derechos de los padres de familia impidiéndoles acompañar a sus hijas menores de edad embarazadas en sus decisiones al respecto.

Para devolver este debate a su centro hay que volver a hablar del no nacido y considerar su realidad; es uno de nosotros, un miembro más de la especie humana, con la misma dignidad que los que somos de más edad.

Continúa leyendo este artículo Benigno Blanco en Aceprensa