¡Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino!

Cambiar el mundo

Sin Autor

Por Francisco Javier Domínguez

Hoy me he comido el último polvorón de casa. No ha sido porque no hubiera nada más que llevarse a la boca o porque el dulce navideño haya sido el último de su especie, por poco apetecible. Ha sucedido porque en los comercios cercanos ya no quedan ni los restos de una campaña navideña que, cada año empieza antes y de la que, en casa, damos buena cuenta durante meses.

Enseguida, como si de un lapso de tiempo se tratase, ha discurrido un resumen gráfico de lo que han sido las fiestas navideñas, que sentimentalmente iba encaminándose hacia una gris melancolía por el fin de, la que considero, la mejor época del año.

Esa gris melancolía, ha ido acentuándose al recordar que el Miércoles de Ceniza cada vez está más próximo y con ello, la Cuaresma, a la vuelta de la esquina.

Es obvio que estos pensamientos, nada tienen de cristianos porque nuestra fe no es (o no debería ser) el producto de nuestras elecciones arbitrarias o una simple emoción o sentimiento, aunque Dios muchas veces nos toque el corazón.

A bote pronto, puede parecer más agradable la vivencia de la Navidad, pero no debemos olvidar que somos discípulos de un crucificado, que, para más INRI, muere por todos y cada uno de nosotros.

Y es aquí donde podemos encontrar un cambio de planteamiento que nos reconduzca al agradecimiento y a la vivencia más profunda de la Cuaresma: en el perdón, acompañado de un sincero arrepentimiento. Casi al azar, hallaríamos numerosos ejemplos de la misericordia divina en la Sagrada Escritura, pero nos quedaremos con la primera canonización oficial en el Nuevo Testamento y su antítesis: Dimas y Gestas.

Partiendo de la misma base, ambos ladrones y asesinos, son muy diferentes las reacciones de cada uno, ante su inevitable muerte junto al propio Jesús.

Mel Gibson representa magistralmente la escena en “La Pasión”: la dureza de corazón, el respeto humano en el mismo patíbulo, el deseo de congraciarse con los mismos que le quieren ajusticiar, encarnados en Gestas, el llamado “mal ladrón”.

• “¿No eres tú el Cristo? Sálvate a ti mismo y a nosotros.”

Frente a Gestas, el “buen ladrón”, tan bueno en su oficio que le robó el corazón al mismo Jesús de Nazaret. ¡Qué ternura produce su sincero arrepentimiento! ¡Qué sana envidia la respuesta de Jesús a sus imprecaciones! Sabedor de sus delitos y sus crímenes, sobre la bocina, se encuentra cara a cara con la Misericordia crucificada y a ella se encomienda.

• “¿Ni siquiera tú que estás en el mismo suplicio temes a Dios? Nosotros, en verdad, estamos merecidamente, pues recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno. ¡Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino!”

• “En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Más de trescientos años después, escribía San Agustín “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti.” La gracia de Dios conquista el alma de Dimas, momentos antes de expirar, implorando el perdón de Aquél que está siendo “ajusticiado” injustamente, pero sobre todo, mostrando un sincero arrepentimiento por sus pecados.

Hemos oído muchas veces: “Dios perdona siempre, el hombre a veces…pero la naturaleza, no perdona nunca”. Sí, Dios perdona siempre, pero es necesario siempre pedir perdón y mostrar arrepentimiento.

El tiempo de Cuaresma puede servirnos para meditar sobre el Amor misericordioso de Dios, pero sobre todo, para prepararnos para recibir ese Amor, a través del arrepentimiento y del perdón, expresado en el sacramento de la Penitencia.