¿Buscas a Dios?

Cambiar el mundo

Sin Autor

Sois muchas las que andáis en busca de una respuesta concreta del Señor.

Dios habla cada día, es verdad que, en medio de las dificultades de la vida, del mundanal ruido, ya no sólo físico, sino también mental y espiritual, es difícil escuchar su voz, su dulce voz que habla en lo más hondo del corazón, pero, mi querida hermana, tú, seas quien seas, que buscas a Dios, si el Señor te tiene aquí y estás leyendo esto… entonces, es que estás en una búsqueda de la que sólo Él puede darte respuesta.

No es fácil trasponer a palabras lo que significa la vocación Cisterciense. En verdad no es más que vivir el evangelio de forma absoluta, de forma eficaz, de forma concreta ¿Cómo? Pues en una Comunidad concreta, en un Monasterio concreto y bajo la obediencia de quien Dios disponga, sea en cada momento la Abadesa, porque ante todo, nuestra vida, nuestra sencilla vida, es una vida de obediencia a Dios y a la Iglesia.

Y ¿Cómo sé yo que Dios me está llamando?

El Corazón de Jesús está ahí, en el sagrario, late en el silencio, para ojos del mundo no es más que un absurdo, pero ahí está, latiendo, tan solo… tan sumamente solo…

Tantas veces parece estar abandonado, como lo hiera en Getsemaní, Él orando mientras el mundo duerme. Pero ¡oh! Maravilla, ahí hay un alma enamorada de Dios que oculta entre los hombres, con el corazón postrado y latiendo sólo en Él y para Él, le da su consuelo y su cariño. Se ha entregado para ser una con Él, con el que es Uno en el Padre. Y ahí está esa alma, esa alma que eres tú, tú que buscas a Dios.

De repente todo tiene un sentido. La vida se vuelve una entrega que, aunque humanamente cuesta llevar a cabo, se entrega con alegría porque el fruto no está en este mundo, sino que está en el Cielo, y ese Cielo se da hoy, ahora, en cada instante, porque puesta ante Él, entregada la vida entera, todo su amor se derrama y todo se hace nada, porque en esa “nada” que el mundo no entiende, lo tenemos todo.

Recuerdo las palabras del San Juan Pablo II cuando decía “…siento que del espíritu mismo de mi espíritu nace un grito; ¡Mi vida por Cristo! ¡No tengáis miedo! ¡Abrid el corazón a Cristo de par en par!” y medito esas palabras… y siento que es verdad, que del espíritu mismo de mi espíritu nace ese grito

¡MI VIDA POR CRISTO!

Entonces todo ha valido la pena, merece la pena dejar todo, como dice el Evangelio, e ir detrás de Él hasta el desierto y allí entregar la vida por medio de la contemplación. Y así, ir viviendo cada día ese encuentro personal del alma con Dios, amada con amado. Ser Belén, donde el Señor nace, ser Betania, donde Señor encuentra su reposo, ser Marta y ser María, ser Lázaro, pero también ser Pedro, Santiago y Juan y subir al monte a orar y contemplar a Moisés y Elías en la transfiguración, y configurarme un poco cada día a esa luz… pero también acompañar ese corazón que late y que palpita en el sagrario en los momentos del dolor, en Getsemaní, en el Gólgota, pero también en el momento glorioso y escondido en que, lleno del espíritu de Dios, su corazón humano volvió a latir en la resurrección…

¡Qué paz da saber que en el corazón de Dios, late el corazón de un hombre que es Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre! y que por eso Él puede entender mi corazón, porque no le es ajeno, porque en su corazón como en el mío, late un mismo amor. Es como decía Santa Teresita del Niño Jesús “Yo quiero ser el amor” pues en el amor están en sí todos los carismas y vocaciones, es por eso que ésta es la vida de una Monja Cisterciense, ser el Amor.

Decía nuestro querido Hermano San Rafael Arnaiz (Monje Cisterciense):

“Quisiera volar por el mundo para gritar a las criaturas que amen a Dios, solo a Dios. Decidme ¿Qué buscáis? ¿Qué miráis? Pobre mundo dormido que no conoce las maravillas de Dios. Pobre mundo en silencio que no entona un himno de amor Dios. Quisiera que fuera el mismo viento el que transportara mis ansias de Dios, que llevara al alma de mis hermanos la inmensa ternura de su corazón, el grito de amor ¡Sólo Dios!

Quisiera volar con Él por el mundo para gritar ¡Despertad y mirad al cielo! Allí está Jesús esperando tu oración, esperándote, esperando que le quieras un poco más, que en tus penas y en tu dolor le mires a Él y Él con su amor las sanará. En su rostro todo es paz que hace olvidar el dolor, el alma se inunda de luz mirando a Jesús.

¡Sólo Dios! ¡Sólo Dios!”

Y en eso me veo reflejada. En medio de este mundo que olvida, que mira hacia otro lado ante el dolor, que ignora la fuente del Amor, ¡yo quiero ser ese Amor! Quiero ser esas entrañas de la Iglesia, esa fuerza de su corazón que la vivifica. Ser su alma, su latir, oculta, callada, pero sin corazón, ningún cuerpo puede vivir, sin alma, ninguno existe, por ello, el Señor me llama, el Señor te llama al silencio, a la oración, al Memoria Dei, a este Sólo Dios.

Ésta es la vocación Cisterciense. Es orante, ora por el mundo, por el mundo y en el mundo, pero apartadas de él, para ser intercesoras en nombre del mundo y a favor de él. Y es que somos la oración humilde y constante que se alza al cielo en nombre de toda la humanidad y para toda la humanidad herida y así como el agua, que gota a gota, con su perseverancia, termina por horadar la roca, nosotras, con nuestro silencio y nuestra oración continua, gota a gota, vamos siendo bálsamo que calma el corazón de Dios y ablanda la dureza del corazón de los hombres.

Somos, como Moisés, las que, en la batalla de la fe, mantenemos los brazos extendidos en la oración para que nuestros guerreros no caigan, manteniendo con la ofrenda diaria de nuestra vida, la oblación que mantenga en pie a todos los cristianos.

¿Sientes algo de todo esto en tu vida? Entonces, querida hermana, seas quien seas, tal vez sí, Dios te está llamando. No dejes que el miedo te frene y como María, di sí al Señor

Hágase en mí, según tu palabra.”

Monasterio Cisterciense
de La Inmaculada Concepción de Calatrava
Crr M-623 km 3,9
28411 Moralzarzal
Madrid
cistercalatrava@gmail.com