De cara al verano (3): ¿A qué dedicas tu verano?

Catequesis, D. Lucas Buch

Lucas Buch

Decíamos hace no mucho que el verano es un tiempo caracterizado por la libertad. En primer lugar, libertad de todas aquellas cosas que nos impiden dedicarnos a lo que nos gusta más: no hay clases, no hay horario de trabajo… Claro que no es una libertad absoluta. El otro día, celebrando Misa en la ribera navarra, le pregunté a un monaguillo si estaba de vacaciones. Me dijo que sí, que estaba “de vacaciones del colegio”. Intrigado, seguí: “¿Y de qué otras cosas no estás de vacaciones?”. Contestó enseguida: “De las tareas de casa”. No es que se pasara el día ocupado en esas tareas (de hecho, se estaba yendo a la piscina), pero tenía claro que seguía habiendo cosas que hacer. Y las hay, y quizá es buen momento para dedicarnos un poco más a esas tareas, ya que durante el curso no tenemos tanto. Pero la pregunta es: ¿qué hacemos con el tiempo restante? En lo que se responda a esta pregunta está en juego la sustancia del verano, su categoría, y nuestra propia calidad personal. Porque, si lo más propio del verano es la libertad, entonces vale para él lo que señalaba la teóloga Jutta Burggraf: «la libertad [o sea, el verano] se mide por aquello a lo cual nos dirigimos. Cuanto más grandes son las aspiraciones, más grande es la libertad».

No es lo mismo dedicar la propia vida a cuidar enfermos que al tráfico de drogas; no es lo mismo poner todo el empeño en amar (a la propia familia, a los amigos, a tantas personas a las que podemos servir), que tener como única preocupación el propio éxito. No es lo mismo, y el tipo de persona que surge en cada caso es también muy distinto. Son nuestros amores los que nos van configurando: lo que de verdad queremos, aquello a lo que dedicamos nuestra vida (y a lo que vamos dedicando nuestro tiempo, día a día). Por eso, no es solo que las actividades a las que se dedicó Madre Teresa de Calcuta sean muy distintas de las de Pablo Escobar, sino que Madre Teresa es, personalmente, muy distinta de Escobar. De ahí la importancia de dedicar un tiempo a pensar quién quiero llegar a ser, para ir dirigiendo en esa dirección mi libertad (o sea, mi verano). Sí, también el verano dará forma a nuestra vida.

Claro que la dirección general de nuestra existencia se encarna en las grandes elecciones vitales. La carrera profesional, la vocación a una entrega a Dios en celibato o por el camino del matrimonio, anteponer el trabajo al proyecto familiar, tener un hijo o dos o tres o seis… todo eso pesa mucho, requiere tiempo de reflexión y de oración, marca un rumbo. Visto así, lo que hagamos en los meses de verano parece irrelevante. Sin embargo, la propia vida y la personalidad propia las construimos también en las mil pequeñas decisiones de cada día y en las que van dando forma a periodos algo más largos (como el verano). Ahí es donde la ruta se mantiene o se pierde, y ahí es donde vamos ganando las fortalezas que necesitaremos para ser como nos gustaría llegar a ser (o como estamos llamados a ser). Quienes estudian una carrera difícil —o quienes están estudiando el MIR estos días, un saludo para todos— lo saben bien: para sacar adelante esos estudios hay que estar dispuesto a ponerse a trabajar cuando es la hora… y a renunciar a algunos planes atractivos. Eso vale para el lunes, martes, miércoles… y para el mes de julio y agosto. Precisamente esas decisiones diarias son las que nos permiten después trabajar una noche de urgencias sin dejarnos llevar por el cansancio, o nos hacen capaces de mantener la atención en un proyecto largo e intenso, o nos preparan para superar las dificultades que surgen en cualquier familia.

En resumen, lo verdaderamente decisivo es a qué dedicamos nuestra libertad, es decir, toda la potencia de bien que hay en nuestra vida. Uno puede pensarlo en general, para la vida entera. Puede pensarlo en relación con el trabajo (¿a qué me quiero dedicar?), en relación con los demás (¿qué tipo de amigo-de novio-de colega quiero ser?), en relación con la misión divina (¿cuál es mi modo de hacer presente a Cristo en el mundo?). Puede pensarlo en relación con la huella que quiere dejar en el mundo, con el bien que quiere hacer. Puede pensarlo en relación con aquello a lo que Dios le llama. Y puede pensarlo en relación con el verano, con este verano.

Cuando llegan los meses caniculares, me gusta sacar de una carpeta una fotocopia que hice hace unos años (cuando aún se hacían fotocopias). Es la historia de un adolescente noble y lleno de proyectos. Cuenta en un momento los planes que se había trazado para el verano. Algunos han envejecido un poco y hoy serían algo distintos; otros, en cambio, no han perdido frescura. Es un texto un pelín largo, pero, como tenemos tiempo —¡estamos en verano!—, he preferido no quitarle nada. Paso la palabra al joven Pedrito:

Me impuse un plan para todo el verano. Se lo mandé a Joshe-Mari para que se hiciese otro plan él y cambiáramos impresiones. Él no hizo nada. Mi plan, que aquí lo tengo todavía, de cuando lo puse limpio entonces, dice así: «Primero: Salir a la mar todos los días, y, si me dejan, hacer un crucero a Castro Urdiales y otro a Plencia, para entrar por la Ría de Butrón y subir al Castillo. Segundo: Jugar menos al fútbol que el año pasado, salvo compromisos, y preguntar una gimnasia buena, estilo «My System», para crecer y conservarse fuerte. Tercero: Leer menos libros de policías y aventuras que el año pasado, y más de amor y de filosofía, en buenos autores, además de dramas, comedias, versos, algo de historia, sobre todo las vidas de los hombres célebres, desde que tenían mi edad, y, si pudiese, el libro del Amadís de Gaula y los Heterodoxos. Cuarto: Dedicar una hora, martes, jueves y sábados, al latín, y lunes, miércoles y viernes, con latín también, a los Pigmeos y Gigantes. Quinto: Comulgar por lo menos los domingos y toda la novena de la Virgen y pedir voluntad de hierro para dominarme las pasiones y ser como yo quiero ser. Sexto: Buscar el modo de tener una mesa mía de cajones cerrados, por lo menos uno. Séptimo: Seguir con los amigos de siempre, el de Larreátegui y los primos de Eguía, pero sin intimar con nadie, porque, lo que se dice íntimo, para mí sólo es Joshe-Mari Azelain, y no se debe tener más que un íntimo. Octavo: Procurar que me lleven a viajes, si pudiera ser a La Rioja, y, también, al teatro, sobre todo si, por agosto, viene doña María Guerrero y dan «La Vida es Sueño», «El desdén con el desdén» y el «Cyrano de Bergerac», las tres de lo mejor que yo he leído, en asunto de capa y espada. Noveno: Dar paseos muy solitarios a sitios, como las Peñas de Urdúliz, misteriosos, y lo mejor sería si me dejasen alquilar caballo, sin tanto profesor ni picadero, para irme a pensar mis cosas al estilo de caballero andante. Décimo: Escribir un «Diario» sin faltar un día, y lo muy secreto con mi clave, para ver al final lo que he hecho y saber cómo soy. Si vale la pena, me servirá de base para escribir mi «Historia».

Es un plan de lo más completo. Pedrito ama el mar, y por eso lo pone en primer lugar. Quiere estar en forma. Se propone aprovechar el verano para alimentar su inteligencia y para reforzar algunos aspectos de su vida de estudiante, aunque también va a dedicar tiempo al teatro (nosotros vamos al cine, aunque dicen que no es lo mismo). No se olvida de vivir su relación con Dios, ni descuida sus luchas interiores (que ni siquiera en verano se toman vacaciones). Se da cuenta de que las amistades requieren tiempo. Y sobre todo ha descubierto un campo inmenso (y en buena parte vacío), que reclama también atención y cuidado: el de su intimidad. Una intimidad que se cultiva con lecturas y conversaciones, con paseos y ratos para pensar y escribir lo pensado.

No todo el mundo es capaz de hacerse un plan (sin ir más lejos, el amigo de Pedrito no lo fue). Pero ayuda mucho hacerlo, y compartirlo con las personas más cercanas, con aquellas con las que compartimos nuestros sueños de vida. Claro que tener un plan para el verano no quiere decir que se vaya a cumplir… ¡Ni falta que hace! Porque la vida nos sorprende a menudo cuando estábamos enfrascados en lo nuestro. Y se planta ante nosotros una persona, una tarea, una llamada… A Pedrito mismo le pasó eso. Pero puede decirse que fue capaz de responder del mejor modo precisamente porque tenía la libertad volcada en algo valioso, y no perdida en una sobreabundancia de eventos ni en un vacío horizontal. No voy a hacer spoiler del libro. Simplemente recojo las palabras que escribe nuestro joven amigo, tras recordar el plan que se había trazado:

Es lo que estoy haciendo, aunque el «Diario» no lo seguí siempre. Me han pasado cosas tan extraordinarias en ese poco tiempo hasta octubre, que parece increíble. ¡Vaya si ha valido la pena, al menos para mí!

Lucas Buch