La fe funciona de manera misteriosa; ya sea cuando llegas de último momento a alcanzar un vuelo que creías perdido y que sin embargo alcanzas a tiempo, o cuando anotas un gol o pasas un examen. También cuando estás una noche en una sala de hospital, con la vida de tu hermano pendiendo de un hilo y con un pronóstico gravísimo,  y sin embargo supera la crisis y al día siguiente sigue luchando por su vida y así cada día.

“La fe es como el amor, sabes que está ahí aunque no lo puedas ver” escuché decir alguna vez en una película de adolescentes, y creo que es totalmente cierto. Porque más allá de las connotaciones extraordinarias de este sencillo vocablo, sabemos que por la fe nos movemos, por la fe existimos  y por la fe razonamos.

Como decía el genio matemático Stephen Hawking “Incluso los que dicen que no puedes hacer nada para cambiar tu destino, miran al cruzar la calle”, algo similar ocurre con la fe. Está ahí, casi la podemos tocar, y  muchas veces pasamos de largo.  La desesperación se apodera de nosotros y nos volvemos incapaces de mirar hacia los lados, sólo dentro de nuestro caos y nuestro vacío. Y Dios habita precisamente ahí, en medio de ese desorden  y de ese vacío se encuentra Él tendiéndonos la mano a través de la fe y nos dice: “No temas”, pero el ensordecedor ruido de la tecnología y las redes sociales no nos permiten escucharlo y caemos en la desesperación. Nos volcamos en paliativos fáciles, como la comida chatarra, el Instagram, el tabaco, el alcohol y demás drogas que solo logran adormecernos y callar aún más la voz del amigo que está ahí y que nos permitimos ignorar, por egoísmo o  por ignorancia.

La vida no es fácil, es como un videojuego en el que vas avanzando de nivel y los niveles son cada vez más complejos, así la comparo yo. Tristemente pensamos en los Avengers para rescatarnos y nos olvidamos que Cristo lo hizo hace dos mil años. ¡Pero es que el mundo es tan complejo! ¿Qué culpa tenemos nosotros de ser millenials y vivir  en medio de tanta información y tanta deshumanización?

Y sin embargo, el corazón de Jesús está ahí, latiendo con mayor intensidad a medida que las cosas se vuelvan difíciles, sólo es cuestión de sentirlo y de no perdernos a nosotros mismos en medio de la ansiedad, la depresión y la vida fácil.

No se puede contagiar la fe, es algo que debes vivir y experimentar por ti mismo, y una vez que la sientas, inundará tu vida de la más grande seguridad que puedas experimentar,  y es que, “Si tuvieras fe como un granito de mostaza, las montañas se moverían…” , y efectivamente lo creo, soy testigo de los portentos que la fe ha logrado en mi vida, y sin embargo, a veces me siento tan perdida. Como cualquier otro, como tú y como los demás, estamos en la tierra, vivimos situaciones complejas, no somos santos ni héroes, aunque estamos llamados a serlo, lo olvidamos, y nos dejamos arrastrar por la corriente del hedonismo y el descarte.

Hoy te digo: ánimo, no decaigas, “cada día trae su propio afán”, sólo no olvides mirar el azul del cielo y el azul de mar, y ahí encontrarás una gran dosis de fe.  Y es que la fe también se polariza hacia la humanidad, Dios en su infinita misericordia nos permite ser portadores de ese don y de compartirlo.

Ayer meditando en la fe, encendí el cirio, y al calor del mediodía del verano me quedé dormida, no sentí miedo alguno, porque sabía que esa Luz iluminaba mi sueño y velaba junto a mí, y así fue que al despertar de mi siesta veraniega para asistir a la misa dominical, experimentó mi corazón una sensación de infinita paz y armonía, misma que te trasmito a ti en este momento, quien quiera que seas y cuales quiera que sean los conflictos que estas experimentando. Confía en el Amigo, y ya no tengas miedo.

Sinceramente, Diana Martínez, humanista.