Los retos de un profesor de Religión.

Cambiar el mundo

A partir de mi experiencia en la enseñanza de Religión en la escuela, es que escribo esta esquela a modo de intentar describir y enumerar los desafíos que encontramos hoy para impartirla, para ello primero intentaremos hacer un resumen de qué tipo de sociedad tenemos.

Nos encontramos dentro de una sociedad pluralista, que nos aporta la riqueza de la diversidad y la diferencia. (Pero también debemos tener en cuenta que todo puede volverse relativo, y muchas veces resulta difícil estar de acuerdo en las referencias básicas de nuestra vida) y en ella nuestros jóvenes y sus familias son parte de esta realidad compleja, aunque la juventud sigue valorando a la familia como uno de los elementos más importantes de su vida, un lugar donde encuentran protección, valoración y cariño. De todos modos, están cada vez más ajenos y lejanos del hecho religioso, que está dejando de ser poco a poco un elemento de nuestra cultura.

Nos encontramos ante una generación desmotivada (ya la llaman la generación ni…ni…) y sin mucha confianza en el futuro, y ante unos padres que encuentran muchas dificultades para saber cómo educar a sus hijos.

A ello debemos sumar que nuestra Iglesia, aun haciendo grandes esfuerzos por acercarse a los jóvenes, es una de las instituciones menos valoradas por la sociedad, en general, y por los jóvenes, en particular. Muchas veces, producida,  se difunde una imagen distorsionada y reducida de ella, y que no hace justicia a la tarea que desarrolla en diversos aspectos clave de la vida ordinaria.

Es en la escuela donde repercuten directamente los cambios que, con tanta velocidad ocurren a su alrededor, y ésta (la escuela) encuentra dificultades para adaptarse y dar respuestas innovadoras ya que trata la materia como parte de la curricula de la misma y por ende con planificaciones y contenidos que deben ser impartidos y enseñados, ya que se ve como una simple plataforma de evangelización, olvidando que la mayoría de nuestros destinatarios la ven con un lugar donde vienen a instruirse, vienen a aprender, viene a saber y no vienen a “evangelizarse”.

Esto hace que el profesor de la materia muchas veces no tenga (o no encuentre) libertad de acción para poder, no solo para dar repuestas a los interrogantes que nos plantean los jóvenes sino también a acompañarlos en su caminar de Fe y ello solo es posible si vemos a la Religión como un estilo de vida a transmitir y contagiar y no solo (como ocurre lamentablemente en muchas escuelas) como un espacio en el que se les enseña doctrina y nada más…  muchas veces nos encontramos con una clase preparada y lista para impartir y los alumnos (jóvenes) nos plantean inquietudes que nos “obligan” a “dejar de lado” el tema que traíamos preparado y nos enfoquemos en la propuesta de ellos. Ello también nos anima y  obliga a que debamos tener una base sólida para poder fundamentar nuestras posturas a los temas planteados. Soy un convencido que nuestra mayor dificultad no es tanto la sociedad en la que vivimos, esa sociedad que nos dice y nos invita a vivir la vida a nuestra manera, total mientras seamos felices y no hagamos mal a nadie esta todos bien, esto es que mientras esté permitido (o no prohibido) por la ley me es licito, olvidándonos que muchas veces si bien es licito me es moralmente malo.

Por lo expuesto podemos afirmar que el profesor de religión debe estar convencido de que lo que transmite no es una simple materia sino y sobretodo un modo de vida, una manera de ver y vivir la vida y es en esa común-unión con y en  Dios en la que debemos ejercer nuestra docencia no solo en nuestros jóvenes sino y sobretodo con nuestros colegas, en la seguridad de que la sociedad de hoy ya no se fía de lo que decimos sino más bien en lo que hacemos, en otras palabras que tengamos coherencia de vida, uniformidad entre lo que decimos, enseñamos y hacemos.

Fabian Maccaglia