En tu día, mujer.

Cambiar el mundo

LA MUJER POSTFEMINISTA Y POSTPATRIARCAL

Hoy en día muchas mujeres independientes, cansadas de imitar a los hombres, quieren ser ellas mismas, aportando sus valores y cualidades, y están dispuestas a luchar contra los roles sociales que les imponen un trabajo según los cánones masculinos que implican renunciar a la maternidad y despreocuparse de la familia. Muchas mujeres inteligentes han desenmascarado la farsa de la intercambiabilidad de los sexos creada por los ideólogos de género y ya no se apuntan a vestir de corbata, olvidar a los hombres exaltando el amor lésbico o triunfar en los negocios postergando su rol de madre. En los países modernos, con la mujer incorporada al mercado laboral, a la vida política, a la sociedad en general, surge un nuevo movimiento, postpatriarcal, postfeminista, postconstruccionista, que acepta la igualdad de hombre y mujer en cuanto a derechos y deberes democráticos, pero que reconoce y defiende las diferencias innatas existentes entre ambos sexos, demostradas científicamente, y que, lejos de separarnos y perjudicarnos, nos complementan y nos enriquecen. Exigen la corresponsabilidad e interdependencia hombre-mujer, tanto en lo privado como en lo público, y están radicalmente en contra del llamado feminismo de género por considerarlo elitista, egoísta y por ahondar la división de los sexos.

La mujer no tiene por qué querer lo mismo que quiere el hombre. Sus parámetros de éxito son absolutamente diferentes, como lo son los motivadores bioquímicos de sus conductas. Durante muchos años los «ideales sociales» imperantes han nublado las actitudes femeninas hacia la intersección del cuidado de los hijos y el trabajo, una cuestión tan personal y con frecuencia, tan regida por la biología. Sin embargo, hoy hay abundantes estudios que demuestran que muchas más mujeres que hombres rechazan ascensos pensando en la familia, incluso cuando hablamos de los niveles más elevados. Muchas mujeres, apoyadas por sus maridos, evalúan sus prioridades y deciden a favor de la familia, no como una forma de sacrifico o autoinmolación, sino por puro placer personal, como una vía de autorrealización que las llena de felicidad. Quizá tengan menos ingresos, pero están más satisfechas. La economista S.A. Hewlett descubrió que el doble de mujeres que de hombres manifiestan e interiorizan el impacto negativo que ese tipo de puestos tiene sobre la familia (conducta de los hijos, rendimiento escolar, hábitos de alimentación, trastornos psíquicos…) y sienten que el trabajo entra en conflicto con sus emociones más básicas.

La posibilidad de seguir los propios deseos en lugar de hacer lo que otros creen que se debería hacer (por ser lo políticamente correcto) es una de las características de las sociedades libres más avanzadas. Que las mujeres sigan su tendencia biológica y sus preferencias innatas, en lugar de los mandatos impuestos por los ideólogos del momento, redundará en la felicidad personal de la mujer, en el bienestar de los hijos y la estabilidad familiar y, en consecuencia, supondrá un beneficio para la sociedad entera. No se trata de un retorno a tiempos pasados, sino de una actitud radicalmente progresista de mujeres que buscan el equilibrio en sus vidas y que apuestan por un futuro fascinante en el ámbito personal y prometedor en el profesional.

No reconocer las diferencias entre sexos, hace que las jornadas laborales y los puestos de trabajo sigan diseñados según los conceptos de competitividad, plena dedicación y éxito masculinos. Muchas mujeres aman sus carreras profesionales, pero cuando su bioquímica se modifica para adaptarse a la gestación y al parto su sentido de la importancia relativa de su trabajo cambia también, como han demostrado psicólogos y psiquiatras de muy diferentes tendencias. Las mujeres tal y como son, con toda su feminidad, integran en la empresa, como un valor incuestionable, su propia manera de percibir y comprender la realidad, tan diferente a la de los hombres. Vivimos en una era en la que las aptitudes naturales de las mujeres están siendo demostradas. El mercado de trabajo las necesita. Se han convertido en un bien social y económico de vital importancia. Pero es preciso que la sociedad asuma que las mujeres tienen carreras menos lineales, formalizar programas de ascenso más flexibles, reconocer la maternidad como un mérito y una gran aportación social y, por lo tanto, valorada curricularmente, adoptar formas imaginativas de reincorporación al trabajo tras una maternidad, en definitiva, reconocer que las diferencias entre los sexos existen y exigen un tratamiento oportuno en términos de igualdad que necesariamente pasa por conceder ciertas distinciones y especialidades a lo que la naturaleza misma ha diferenciado.

Las mujeres no son clones de los hombres, tienen diferentes influencias hormonales y respuestas neuroendocrinas distintas. En consecuencia, si se las trata como tales, con jornadas laborales inflexibles, horarios eternos, exigencias de traslados para ascender o reuniones interminables a horas intempestivas, seguirá habiendo un éxodo femenino de aquellas que se lo puedan permitir, y una insatisfacción e infelicidad personal -que redundará en un trabajo de menor calidad- en aquellas que por falta de medios no tengan otra alternativa.

María Calvo Charro