Hoy jóvenes y menos jóvenes del mundo celebramos la memoria de un hombre que descubrió y supo amar. Y ese amor fue quien rompió su calma para proclamar por todos los rincones del mundo que se había enamorado del mayor amor de los amores: Jesucristo.
Ninguno nos olvidamos de ese 22 de octubre de 1978 cuando apareció en el balcón de las bendiciones pidiendo que si se equivocaba le corrigiéramos. Los hombres de Dios no tienen miedo a equivocarse, solo tienen temor a perder el amor que han descubierto.