Decir que te gusta alguien por su físico es lo más normal del mundo y lo que le pasa a la mayoría. Es más, en la mayoría de ocasiones si empiezas a hablar y te interesa una chica es porque te parece guapa o porque tal chico resulta atractivo, si no sintieras esa atracción primera por el físico no hablarías o te interesarías por la otra persona posiblemente. Sin embargo, hay veces que tenemos un gran problema… y es enamorarnos únicamente de la otra persona por su físico dejando de lado su interior, ahí está el error. El físico atrae pero no «enamora» -y si lo llega a hacer nunca de una forma tan fuerte como puede hacerlo el interior de la otra persona-. Lo que realmente enamora es su personalidad, sus detalles, sus imperfecciones que poco a poco te hacen enamorarte de todo su ser.
Es por ello, que llega un momento en el que tiene que cumplirse algo que decía Shakespeare, el amor no mira con los ojos sino con el alma. Es verdad que justo ahora en verano es cuando esto parece más dificil, porque precisamente en época de piscineo del bueno, de sol y playa, de mucho calor e ir más ligeros de ropa… todo apunta a fijarse en el físico de sobre manera.
El cuerpo es bueno, es de Dios pero no olvidemos que la persona no es solo eso, hay algo que trasciende, que la desborda, su alma. Cuando empiezas a ver el alma de la otra persona, es cuando empieza a madurar el amor, cuando realmente puedes decir que estás enamorado de forma completa. Y es que, seamos sinceros, el tipazo dura lo que dura.
¡Hay que aspirar a todo! ¡Aspirar a una relación santa!, a lo más alto que podamos, aspirar a ser puros de corazón, a dar al otro un amor brutal que le haga sentir en las nubes, tener detalles, sentir mariposas… Una relación santa no es un rollazo, old fashioned, o de santitas y beatos… es realmente ser valiente y aspirar a dar un amor que escapa de toda comprensión humana y realmente hace feliz.