¿Qué entendemos por castidad? ¿Cómo hablaríamos de ella con nuestros amigos y amigas? Es muy habitual, al preguntar sobre la castidad a los jóvenes, caer en ciertos malentendidos y tópicos. Es fácil que nos respondan que “eso es cosa de curas y monjas”, o que la castidad es “llegar virgen al matrimonio” o que “no se puede mantener relaciones sexuales”… e incluso reacciones más negativas que señalan una especie de “castigo” o un estado similar a la “castración”.
Empecemos tomando el concepto desde su raíz etimológica. Castidad proviene del latín “castus”, que significa puro. Por tanto, castidad y pureza son palabras sinónimas, vienen a significar lo mismo.
En términos de pureza, podemos señalar que las personas buscamos lo puro, lo limpio en todas las cosas: el agua pura, limpia de impurezas, o buscamos respirar el aire puro, sin contaminación,… o si hablamos de metales y piedras preciosas, su valor se incrementa al aumentar su pureza. Normalmente todos nos inclinamos a buscar lo puro y limpio en nuestra vida y acciones.
Utilizando estas analogías podemos definir la castidad como la virtud que purifica el amor humano.
Sí, el amor necesita purificarse de todo aquello que, bajo el disfraz del amor, lo contamina, como por ejemplo el egoísmo.
Sabemos bien a lo que me refiero con “ser egoísta”: buscar mis propios intereses pisando los de los demás, hacer que la otra persona haga aquello que yo quiero y que sé que no es bueno para ella, anteponer mis caprichos, mis preferencias, necesidades, deseos… En definitiva, una vida copernicana en la que “mi yo” es el centro del universo y todo debe girar en torno a él.
En un amor incipiente entre un chico y una chica, el egoísmo puede causar daño y destruir ese amor naciente transformándolo en “otra cosa” que para nada es amor: celos, dependencia emocional… Pero, llegados a este punto, alguien podría cuestionarse qué sucede cuando ambos jóvenes consienten tener relaciones sexuales, cuando se llevan a cabo de mutuo acuerdo. Para responder hay que tener en cuenta que el amor es como una semilla que va echando su tallo poco a poco. Si no lo cuidas, si lo expones al sol intenso, se puede marchitar y morir. Para que el amor crezca y madure, para que se convierta en un árbol sólido que dé buenos frutos, hay que cuidarlo con la castidad, con el mutuo respeto, poniendo los límites claros y luchando juntos por mantenerlos.
Antonio Blanca