Las chicas no tienen pilila.

Cambiar el mundo, Universitarios

Me imagino la que les hubiera caído al grupo musical valenciano “Los Inhumanos”, si en vez de grabar hace treinta años “Las chicas no tienen pilila” –aconsejo oír esta canción–, lo hubieran hecho ahora. Con seguridad que el poderoso colectivo gay les hubiera intimidado con una querella por un delito de odio y, por contradecir el pensamiento único, hubieran intentando secuestrar su producción discográfica; aducirían que este estribillo tiene contenidos discriminatorios para con aquellas mujeres que, pese a que la naturaleza les atribuye una concreta identidad biológica, ésta no coincide con la que sienten y desean.

Durante este tiempo, lo que ha sobrevenido es un nuevo orden mundial que pretende instaurarse en todos los gobiernos; la ideología de este milenio es tan liberticida como las del siglo pasado (nazismo y comunismo). Se trata de un pensamiento único y totalitario que ha implantado la dictadura, el dogma y el fundamentalismo de la ideología de género. A comienzos de este año la asociación de familias de menores transexuales, Crysallis, realizó una campaña publicitaria en las marquesinas del País Vasco y Navarra con el siguiente texto: “Hay niñas con pene y niños con vulva. Así de sencillo”. Y entonces no pasó nada. La semana pasada apareció como reclamo publicitario en un autobús naranja unos mensajes antagónicos a los anteriores: “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si naces mujer seguirás siéndolo. No permitas que manipulen a tus hijos en el colegio”. Ante estas dos posturas bien se podía haber abierto un debate antropológico de hondo calado. Sin embargo, el tratamiento institucional que se ha dispensado a estas dos modos de entender la sexualidad humana ha sido bien distinto. En vez de enriquecer el debate cultural con diferentes argumentos –lo propio en una sociedad plural y democrática–, el “Ministerio de la Verdad” orwelliano (¿2+2=4?) se ha arrogado la legitimidad de la verdad absoluta; así, ha pretendido zanjar la polémica apelando como última ratio al Código Penal, y denunciar por presunto delito de odio a los disidentes del pensamiento único. Por deformación profesional, al comprobar el reincidente ensañamiento al que han sido objeto quienes defienden la constatación del hecho biológico binario (hombre/mujer), por quienes preconizan la ideología de género (que admite tantas modos sexuales como sentimientos y voluntades), la reacción ha sido de absoluta rebeldía ante semejante mito. La persecución y escarnio de que ha sido objeto el autobús de la discordia con la ideología asumida por la mayoría de los partidos políticos –estructuras de corrupción– y la jauría mediática, ejecutada por la “Stasi o la SS” municipal de la neocomunista Carmena –hasta multarlo e impedir su libre circulación–, ha sido “trend topic”; hasta Chelsea Clinton ha excretado su aportación.

Mayor gravedad presenta el recalcitrante icono del lobby gay, Cifuentes, emblema del relativismo de la travestida y chantajista derecha rajoyista –“si retiráis el bus habrá subvenciones”–, que ha intentado amedrantar a quienes le han corregido en los tribunales por prohibir la publicidad electoral que la calificaba de abortista. Esta presidenta ha azuzado y ordenado a las huestes de la Fiscalía y Abogacía del Estado para coaccionar con la acusación de hasta cuatro años de prisión por un inventado delito. El juez instructor ha puesto algo de cordura ante tanta vesania ideológica, dictaminando la inexistencia de discriminación, pero de forma incomprensible retuvo el autobús.

A una persona que padezca problemas de transexualidad hay que comprenderla y ayudarla siempre; aspecto que dudo que les preocupe a estos activistas. Estas invectivas liberticidas no han hecho más que empezar, y con la posverdad (sentimentalismo y voluntarismo) se pretende cambiar la realidad a base de mentiras. Ahora sabemos quién es el instigador del odio: el que ha cercenado la libertad de expresión y la libertad de educación. El argumento decisivo más profundo y metafísico es el de la pegadiza canción: “las chicas no tienen pilila, ¡y nunca la tendrán!”.

Javier Pereda Pereda