Tumbado en la cama y con la mirada hacia arriba te pones a pensar en qué será de ti el día de mañana. Estas acabando el bachillerato, empezando la carrera o comenzando a trabajar. No tienes esa rutina como cuando ibas al colegio, siempre tenías algo que hacer, y un horario que cumplir, ahora guías tú tu vida.
Sólo hay una pregunta que te ronda la cabeza ¿qué será de mi?, ¿qué voy hacer con mi vida? o ¿a qué me quiero dedicar? Y perdemos tiempo, un tiempo que se lo lleva un futuro incierto.
Ves a la gente de tu alrededor contenta, haciendo lo que le gusta, ¿y tú?, tú no te encuentras, no sabes que quieres. Deseas un futuro grandioso pero no sabes manejar el presente. Deseas tener una carrera, un coche, una casa, muchos amigos, ser un empresario de categoría, pero… ¿y cuando tengas todo eso?, ¿qué será de ti en el futuro?
Y no nos damos cuenta que nuestro futuro lo tenemos en frente, levanta bien la cabeza, no está allí donde miras, lo tienes justo en frente, en el Sagrario, cada día y a todas horas. Allí está tu futuro, Dios es tu futuro, porque donde no puedas llegar Él se hará cargo. Tú sólo tienes que dar los primeros pasos. No pienses más en el futuro, pisa el presente mirando al frente.
… Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad», (Mt 6, 25-34).